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El bobo

Río papaloapan
Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

Asamblea de nopos

en la playa anuncia 

que un río agonizo.

Cuando éramos jóvenes y fuertes, y a hombres huevudos, íbamos por la mañana a matar el tiempo en la pesca. De esa manera conseguíamos de comer para la familia entera, la vieja y los chamacos, después gritábamos por el pueblo la venta de guabina, el róbalo y el bobo. Sobretodo el bobo que más llamaba la atención, lucía llamativo, más trofeo, al menos con él, los hombres del río nos encontrábamos satisfechos por un buen día de pesca.

Pescadores como Manuel María Enríquez, Luis Roy, Joaquín Soto alias el Pimpo, el difunto Cañitas, el popular Laina, el difunto tío de Lagarto, y los zurdos Monteagudo. Todo un excelente rosario de nombres, gente que se dedicaban a la pesca del bobo, labor que llevaban a cabo en las noches de plena oscuridad con lluvia, en el santuario azul del mes azul de octubre y que hombres afanosos y fuertes, hacían la lucha sobre famosas corrientes,  como la de Chiflaculo, El castillo, San Bartolo, Santa Fe, mundo nuevo, Toro Bravo y el Ojoche (junto a la boca del Río tonto).

Seguro pariente, yo no inventó nada, todo esto lo dicen esos antiguos pescadores de ayer, que todavía viven apoyándose con su bastón en la mano derecha y un padre nuestro en la punta de la lengua. Ellos sí conocieron el quehacer del río en toda su magnitud. 

La pesca la efectuaban en canoas, con tendal y atarraya. En una punta del tendal se sostenía el calón (palanca de dos metros donde se ata la tralla del corcho y plomo de la red), en él que iba uno de los Pescadores nadando mientras la canoa atravesaba el río, entonces se tiraba la red y al paso de la corriente, los bobos se enmallaban, es decir sé apendejaban tremendos animales de cinco a siete kilogramos de peso.

En ese tiempo el bobo, que te cuento, te hablo de un río enamorado de la luna. Tiempo  inmemorial, cuando los habitantes del pueblo recreaban sus miradas bajo los sauces, al pie de imponentes pinos ante el panorama de un ancho y majestuoso río lleno de mariposas multicolores. El amor de los enamorados angustiosos de esa época, vibraba suculento de embrujo, lleno energía; enamorados del entusiasmo por retratarse en los ojos de su pareja. Cada quien, en ese devenir del susurro del agua,  se sumergía en el tiempo del bobo enamorado de un inolvidable río.

En los días de pescas, cuando el trabajador de suerte dejaba el agua, trayendo consigo su preciada cargar, los hombres conocidos del pueblo se disputaban la compra del bobo más grande; esclavos del comercio que, con una buena voluntad hacia el prójimo, en las noches paseaban por las calles polvorientas de su pueblo. Hombres de buena voluntad como Arturo pacheco, Clemente Carrillo, Arturo Ahuja, Paco Alonso, Rafael Rosales y Conrado Sánchez.

El horizonte nuestro pueblo y del río de las mariposas guarda momentos gratos, por ello es difícil creer que existieron.  Las trampas del tiempo forma un eco en nuestra memoria y nos llena de imágenes solitarias, haciéndonos dudar de nuestra conciencia. Los más viejos dicen “si” a la añoranza acuática, y los jóvenes, únicamente alzan los hombros como diciendo: “Me valen esos desprendimientos indigeribles”.

Este recuerdo del río es un murmullo de voces, un ir más allá de antaño, cuando el corazón de sus pobladores anidaba un sueño:  El sueño del populoso paseo de las mariposas sobre el río, aleteando un amor inagotable y convulso.  Un sueño donde el crepúsculo se vestía de novia.