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Un maestro perdido en el cerro

Mazin Grande, Oaxaca México
Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

Nadie puede hacer los milagros que hace Dios, 

                                                    y los tepejilotes son un milagro de él.

Los tepejilotes seducen los cerros mazatecos y chinantecos a mediados de diciembre, éstos bajan del cerro y terminan inundando las extensas avenidas de Tuxtepec, traídos de las comunidades donde aparecen: Ojitlán, Jalapa de Díaz, Huautla de Jiménez, Mazín Grande y Mazín Chico. Pueblos donde se da el llamado tepejilote criollo que es de color pringado con tonos blancos y verdes; existe otro tipo, que es de color verde intenso y su cáscara tiene espinas y se da en Valle Nacional y San Felipe Usila, cosechándose a mediados de noviembre, en comunidades como Cerro Armadillo Grande y Cerro Armadillo Chico que pertenecen a Valle Nacional.

Los tepejilotes son como animalitos perdidos que arrastran sus penas entre las piedras. Mujeres y hombres los cazan saboreando su aroma de culebra. Los tepejilotes, son ellos; niños impregnados de sueños, merodeando entre los caminos del cerro.

En Tuxtepec, un buen promedio de hogares hacen comestible dicha verdura, es un platillo favorito de la familia, por la cercanía con los pueblos chinantecos y mazatecos con la ciudad, las amas de casa han aprendido que se pueden hacer varios guisos con este producto natural; regalo de la madre naturaleza. Guisos como el tepejilote con huevo es lo más tradicional o a la mexicana con cebolla, tomate y chile verde; o bien curtidos, hirviéndolos con vinagre, sal, ajo, cebolla y especias surtidas.

La mujer chinanteca de Usila los prepara con frijoles guisados: explica que se ponen a cocer con sal, después se tira el agua y se le agregan los tepejilotes a los frijoles hervidos, y se saborea un apetitoso platillo con una buena salsa roja de tomate; alimento que te da energía para el trabajo del campo y la cocina, y a los chamacos los ayuda a que tengan un mejor desarrollo en los estudios y los hace menos testarudos.

Dice el chinanteco en su vocabulario cotidiano: “Del peñasco se fabrica la cal para cocer el nixtamal y las mujeres hagan la tortilla con la que se han de comer los tepejilotes”.

Nadie puede hacer los milagros que hace Dios, y los tepejilotes son un milagro de él, para que el chinanteco tenga que comer bueno y sabroso.

La historia de chinantecos y mazatecos suena interesante, porque aportan muchas imágenes de lo rico que son esos pueblos en cultura y tradiciones; como ejemplo tenemos a Mazín Grande; cuya historia cuenta que hace años el pueblo se llamaba simplemente Mazín, era uno nada más, pero hubo división; y la gente de esa comunidad hizo una asamblea con el pretexto de que allí en Mazín no había suficiente agua para la vida diaria, y un grupo de ellos se puso a buscar un lugar donde hubiera manantiales y al encontrarlo se produjo la división total de pueblo, y les pusieron por nombre Mazín Grande al primero y Mazín Chico al de los manantiales.

Según cuentan sus pobladores, al pueblo de origen le pusieron Mazín porque había muchos árboles de copal enormes, y copal en chinanteco significa mazín, árbol de copalillo. Los chinantecos los usan cuando hay malas vibras, para sahumar los hogares y esas maldiciones desaparezcan, el copal tiene una flor pequeña de color rosa.

En Mazín Grande camino hacia Arroyo Pescadito, relatan los viejos habitantes de esa comunidad, que ahí habita gente güera y alta, porque allí estuvieron los españoles radicando y tuvieron descendientes con las mujeres indígenas de esa época, así fue que se quedaron a vivir en ese lugar. En Cerro Mazín Grande, antes de llegar al puente del mismo nombre, existen varios cerros, pero hay uno en especial que está en medio y a lado de los cañales. En ese cerro cada año, el primero de octubre se escucha una música de viento y el retumbar como de una bocina, una grata melodía que te envuelve en un bello sueño, si le pones atención te roba presencia y te hace suyo por un buen rato. Se cuenta que dentro del cerro dejaron armas los zapatistas cuando terminó la revolución y ya no se supo nada de ellos. Todo el año el lugar queda en silencio, sólo el primero de octubre la melodía de la música de viento, interrumpe esa soledad del cerro al pie de los cañales. 

Cuenta la historia de los viejos y otros testimonios por allí regados; que a la comunidad llegó por el año de 1986 un maestro originario de Tlacotalpan, Veracruz; dio clases varios años en el pueblo y con los días supo de la música de viento que cada primero de octubre emitía el cerro, decidió entrar a la cueva con los preparativos necesarios; el cuento es que ya no salió y se le dio por perdido. La verdad fue que demoró seis años dentro, y salió de ese encierro inesperado por las montañas del estado de Puebla. Esto se supo porque el maestro regresó a Mazín Grande después de dicha odisea, a contar cómo sobrevivió tanto tiempo en ese espacio oscuro; recorriendo la distancia desde Mazín Grande aquí en el estado de Oaxaca; hasta la sierra de Puebla donde habitantes de una comunidad lo auxiliaron para salir de ese escondite. Cuentan que el maestro tlacotalpeño ya no regresó en sus cinco sentidos, hablaba cosas incoherentes, hechos que no coincidían con la realidad, la gente lo empezó a ignorar y con el tiempo desapareció. Es razonable pensar, que sí estuvo tanto tiempo vagando dentro de esa cueva, sus facultades mentales se desubicaron del mundo real. 

El presente testimonio nos lo regala el maestro músico de Mazín Grande, José Luis Carlos Martínez y comenta que su mamá Gudelia Martínez es de Ojitlán y su abuelo materno, el señor Benigno Martínez es originario de Puebla. Su abuelo paterno, Sabino Carlos Bolaños fue uno de los fundadores de Mazín Grande.

“En cerro Tepezcuintle pegado a Mazín Grande de donde soy originario se habla el mazateco” –así lo afirma el maestro de música–, y testimonia muy alegre por el contagio de la incertidumbre de la música de viento del cerro: “Mi mamá y mis hermanos saben bien la historia del maestro perdido en la cueva, pues fue maestro de mis hermanas en la escuela primaria, ellas saben su nombre pero no quieren recordarlo; no quieren nombrarlo, porque les da nostalgia esa historia del ir y venir dentro de la cueva, por seis años del maestro tlacotalpeño”.