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La gracia de bailar el danzón

Baile el danzón
Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

I

EL GÜERO CHIVA

La orquesta inicia a tocar y tú ya sabes a quién dirigirte, de las muchachas que están pendientes del baile para que sean tu pareja, con suerte a lo mejor encuentras quien va a ser tu mujer toda la vida o al menos te diviertes en una buena velada. Mira bien, la gracia de bailar el danzón es saber mover el bote, suavecito, casi sin querer tocar el piso con tu pareja, suspirando ritmo y cadencia. Las caderas se ladean al sonsonete de la música, y tu pareja sincroniza contigo cada movimiento que pretende ser lento con el tono musical respectivo: los pies se armonizan solos tocando el piso, y se abren cancha poco a poco en el ala de un espacio que es único para ustedes. No hay tregua en esto de bailar el danzón; como arte de magia los dos cuerpos se zarandean en un lapso lleno de pringas musicales. Todo es acorde a ese instante, la respiración de los bailadores, hombre y mujer, -dúo de cuerpos armonizados en un pequeño tiempo y espacio-, parecen perderse entre las sombras de la noche del baile. En el danzón eres tú y con quien bailas. Ustedes solos gritan para sus adentros que tienen que hacerlo muy bien, pues un público sabedor de este “guisado”, conoce de lo que se trata. Pero la mayor ocasión de regocijo y nervios, es cuando bailas el danzón en dos ladrillos, la idea es que debes ser dominante del espacio de estos dos pedazos de tiempo bajo tus pies. Aquí no se vale perder la noción de lo que se hace, la concentración es lo máximo, el chiste es mover el cuerpo de la cintura hacia abajo sincronizando pies, piernas y nalgas al unísono, exactamente, armonizando ritmo, espacio y respiración de los bailadores. Bailar un danzón con tu pareja en  dos ladrillos, es una chingonería, y no cualquier cabrón lo hace; mi esposa la Negra, -así le decimos de cariño-, y yo, concursamos varias veces en eventos locales o de exhibición en algunas fiestas particulares, al acorde de la música de la danzonera de Chacaltianguis de Alberto Ávila, quien amenizaba los bailes populares que se hacían hace muchos años en el Jardín Corona frente al parque Hidalgo, o bien en el salón del Ejido de la escuela Roberto Colorado, así como en la famosa cancha de la escuela Francisco I. Madero, ubicada donde actualmente está la oficina del registro civil, la comandancia municipal y la cárcel preventiva. Era un extenso patio el de esa escuela primaria, tan es así que como recuerdo sólo queda un pilar de la institución, la cual fue la primera escuela del pueblo de Tuxtepec. En ese espacio se llevaron renombrados bailes populares con las mejores danzoneras de México, como es la orquesta de Carlos Campos, Gamboa Cevallos y Acerina y su danzonera, quienes eran una chulada, la forma como tocaban en esas inolvidables ocasiones, alternando con músicas de la localidad como es el Chato Quiroz, La Lira Tuxtepecana de Juan Silva, también la marimba orquesta de Ernesto Castillo y la marimba de Polo Virgen.

Recuerdo cuando muy joven, me tocó ir con un grupo de muchachos de esta localidad, a un baile popular en la celebración de la fiesta del pueblo de Chacaltianguis. Amenizaba el baile en el parque municipal, la danzonera de Alberto Ávila. A mi memoria llega que antes de finalizar la segunda tanda, después de tocar el danzón “Nereida”, anunciaron por micrófono que iban a estrenar un nuevo danzón llamado “Teléfono a larga distancia”, y el Güero Chiva que era el mejor trompetista de dichos músicos, cuando empezaron a tocar la melodía se encontraba dentro de lo que era el grupo de música, y en una parte musical, donde con la sola trompeta se tiene que contestar a los demás músicos; la admiración fue que todos oíamos el canto de la trompeta, tanto público como bailadores; y por el aire ligero de las brisas del río Papaloapan, se escuchaba que el tono de la trompeta venía de alguna de las calles del pueblo, al terminar el exitoso estreno de “Teléfono a larga distancia”, todo esperábamos ver salir al Güero Chiva por alguna de las esquinas del parque para celebrarle un gran aplauso; la cuestión es, que nadie pudo localizar la trompeta y mucho menos al trompetista, porque este profesional de la música estaba arriba de un árbol de mango, desde allí contestaba a la danzonera; y esto lo supimos cuando se vio que las ramas del árbol se movían y bajó de él, el artista mencionado. La gracia de este danzón para que sea bien amenizado, tiene que ver con un buen trompetista contestando la armonía musical a una distancia regular de la orquesta, y el Güero Chiva era el que tocaba en esa forma.

II

EL ZURDO MONTIAGUDO

“Óyeme cabrón, dicen que te llevaste el primer lugar anoche en el baile del Ejido concursando en danzón: Me dijeron, el zurdo Zaleta Monteagudo se ganó el primer lugar y trescientos pesos de premio, por mover bonito el bote con su vieja, y se chingó a un madral de concursantes”.

Esas palabras de mi cuate trabajador del Ingenio Adolfo López Mateos, sí que me entusiasmaron ese día domingo, por que en verdad me había sacado el primer lugar en el concurso de danzón el día sábado junto con mi esposa. La verdad esa negra para mí, ha sido un buen complemento en la vida, porque en eso de la bailada ni quien cabrón nos gane.

Recuerdo en el año de 1969, cuando empecé a trabajar en el ingenio, para celebrar el fin de zafra, se realizó un baile en el salón de la escuela del Ejido, amenizado con la danzonera de Alberto Ávila, de Chacaltianguis y el grupo local Imaginación, del chamaco Roy; esto fue cuando Mario Prieto de Valle Nacional, era candidato a diputado y trajo esa noche como regalo, a un grupo a go-gó de la ciudad de México; ya en ese tiempo la muchachada se prendía a bailar esa estridente música de saltos y cosquilleo, pero era la moda. En ese mismo baile se realizó un concurso de danzón con más de una docena de parejas. El cuento fue, que después de calificar repetidas veces la forma en que bailábamos, a lo último quedamos tres parejas solamente: un marimbista de Juan Silva y su esposa, el teniente Luis García Sepúlveda con su pareja de baile, Irene de la Cruz, y mi esposa y yo. “Champotón”, fue la melodía que bailamos, suspirando la alternancia del ritmo, nos movíamos suavemente, -ánimo le decía a mi santa negra, tú no te apendejes-, y es que ninguno de los dos queríamos perder el compás y mucho menos el aplauso para los triunfadores.

El que calificaba el concurso, era el Negro Montané, el Becerro, ‒así le decían-, el que con pequeños giros y ademanes indicaba quién debía de salir del baile, -muévanse sabroso que ya sólo quedan tres parejas‒

—Zurdo hijo de la chingada, la estás haciendo.

Eran sus palabras entrecortadas por la emoción del momento, y en esa forma sucedió todo ese merequetengue, nos llevamos el primer lugar con un premio de trescientos pesos, muy buenos pesos de aquellos tiempos.

Esa es la historia de los bailes de este lugar, nada que ver aquellos tiempos con estos, el recuerdo es bueno y oportuno, y debemos aprender a no desperdiciar esas memorias. También es necesario enmendar la nostalgia al viento, para seguir corriendo la vida, no de un solo hilo, sino con la madeja completa de acontecimientos que salpican el destino de los hombres, y quedan estos, acordes a la zozobra diaria del destino de un pueblo.