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Cándido Cuevas (27 de julio de 2023 Q.E.P.D)

Cándido Cuevas Rodríguez y Beto Soto Sierra, personajes de Tuxtepec, fallecidos este año.
Foto(s): Cortesía
Redacción

Desde la avioneta en vuelo,

                el pueblo de Tuxtepec se veía 

                                                       como un cuadrito de luces…

 

I

El río es un orgullo para el tuxtepecano, amplio y cristalino así lució siempre, todo el pueblo se enorgullecía de él, remontaban los chalanes a todo lo largo y ancho, lucían ligeras en esas aguas del Papaloapan; gran paseo de dichas embarcaciones desde el Paso Real hasta el paso de San Bartolo, la isleta un poco más abajo. Había mucho pescado, bastaba con ir a tirar un anzuelo y traíamos una ensarta ya sea de jolotillo, bocachico, roncador, juile o guabina; fácil caían en el anzuelo. Lo que esto cuenta con gracia y regocijo y lo expresa; es el señor Cándido Cuevas Rodríguez quien nace en Tuxtepec en el año de 1935 el 29 de agosto, en el meritito Barrio Abajo en la calle Independencia como él lo atestigua, el tramo de esa avenida se lo llevó el río en la inundación de 1944.

“Mi mamá se llamó Tomasa Rodríguez Castro y mi papá Juan Cuevas López, familia de Mundo Bautista López, el carnicero; éste tenía su negocio en la esquina de Libertad y Guerrero, muy conocido por la población. Mundo fue hijo de una hermana de mi abuela. Yo desde chico, a los siete años de edad; sembraba tabaco, trabajé en la tabacalera ganando un peso cincuenta centavos diarios por tarea, que consistía en sembrar, limpiar, deshijar y cortar; camino a San Bartolo se hacía la siembra y al final lo engavillábamos listo para empacar. Engavillar consistía en cortar los hijos de la mata y hacerlos en montoncitos, en esa forma quedaban preparados para el empaque.

“Se dice ahora que como en aquellos tiempos no había televisión, cada pareja le daba duro y tupido a eso del amor y nacían muchos chamacos; mis padres no se quedaron atrás y procrearon once chamacos: Carlos, Rafael, Cándido un servidor, Odilia, Lucha, Luz María, Micaela, Edith, Silvia, Pepe y Agustín el más chico, a este último la plebe del barrio le puso El Malilla así le llamaban, yo no sé por qué le pusieron ese apodo, pero por algo ha de haber sido, pues era un cabrón bien hecho; de mis hermanos tres se murieron jóvenes: Odilia, José y Carlos.

“De chico jugué el trompo y las canicas; con ellas se hacían las famosas pollas, con cuatro canicas se formaban y se les tiraba al montón a ver quién se las ganaba; ya de joven jugué béisbol en el campito que estaba frente al panteón municipal. Se organizaron varios equipos, recuerdo que jugábamos un buen beisbol los días domingo, es en esa forma que el barrio se ponía de fiesta deportiva.

“Mi vida fue una buena época de aprendizaje por todos lados y de mucha libertad para hacerlo; por lo mismo trabajé en la Ribera del río, donde se trataba de reparar embarcaciones en el astillero, situado abajito de la calle Javier Mina, ahí estaba el taller de Juvencio y Amadeo Parra que hacían y componían embarcaciones. Fueron unos chingones bien hechos, pues en eso de su trabajo ni quien les ganara.”

Cándido Cuevas cuenta y rememora vivencias y anécdotas, remontándose al año de 1950, cuando empezó a escasear el trabajo de las embarcaciones en Tuxtepec, y esto fue porque se iniciaron los trabajos de construcción de la presa Miguel Alemán en Temazcal, y de aquí del pueblo tocó llevar muchos chalanes a ese lugar. También trasladaron embarcaciones a Tlacotalpan; para esto el maestro Parra, contrató varias carretas de Tres Valles, Veracruz, con tractores para trasportar las embarcaciones, se hacía la operación tal y como ahora se jala la caña para los ingenios. Otras naves se llevaban por agua, viajando en el río Tonto hasta salir a Temazcal, con lanchas grandes para que el traslado fuera más rápido.

“De Temazcal me fui a trabajar la carpintería a San José Independencia, después a Ciudad Alemán y a Tres Valles; no me gustó mucho ese oficio pero qué se le iba a hacer, pues a mi papá y mi hermano Carlos sí les agradaba mucho. Por último me dediqué aquí en Tuxtepec a trabajar por mi cuenta haciendo puertas y ventanas, le trabajaba a la familia Bravo, a los hermanos Víctor y Gabriel Cué y a particulares.

“Mi vida de chamaco fue muy abierta, lo mismo que de joven; alegre y dicharachero, y como buen tuxtepecano aprendí a nadar muy joven; del río iba al campo de aviación, situado a un lado del panteón municipal. La pista partía de ese lugar hasta cerca del paso de San Bartolo. Ayudaba a arreglar las avionetas, las llenaba de gasolina y los pilotos me llevaban de vez en cuando a Valle Nacional, Tres Valles, Ciudad Alemán y Tierra Blanca; lugares a donde se hacían los viajes.

“De Valle a Tuxtepec se cargaba tabaco y después éste se trasladaba de Tuxtepec a Córdoba. Andábamos en un avión de dos motores de carga, el dueño se llamaba Guillermo Viniegra, se realizaban viajes a distintos lugares, y cuando no había personal, yo cargaba las maletas. El señor Viniegra compró después una camioneta para uso de servicio y Ernesto Vanvollenhoven fue el encargado de manejarla, quien desde joven mostró habilidad para ello, y trasladaba a los pasajeros del campo de aviación al pueblo y viceversa.

“Ya grande me jalaba para los bailes que se hacían en la escuela secundaria federal que estaba situada en la avenida Independencia, también se realizaban en la escuela del Ejido que es la que hoy se conoce como Roberto Colorado, o bien en la escuela Francisco I. Madero situada en el área donde se encuentra el Palacio Municipal. Se les llamaba bailes de salón, amenizados con orquestas de otros lugares. Yo nunca aprendí a bailar, pero el cuento es que con unas cervezas a cuesta ya lo hacía, pues la palomilla del Barrio Abajo era brava en eso del regocijo de la bailada y el relajo; entre ellos estaba Juan Panela, Cheloyo, Lalo Guerra, Alfredo Valis, Lelín quien se llamaba Aurelio Cuevas y era un moreno grandote, serio, que casi no se juntaba con nosotros, Mundo El zapatero, Joaquín Soto El Charrito. Todo esto es un buen cuento que relatar, recuerdo muy bien que Lelín y El Japonés y otros más, salieron boleros de la casa de Chalo Ávila Fonseca, el zapatero del Barrio Abajo, al cual le decían El Chino, ahí aprendimos a fumar cigarros, pues a Chalo le gustaba mucho la fumadera. El Piojo Paz aparte de buen beisbolista, estaba trabajando con Perico Cuevas en su peluquería situada por el parquecito Carranza, y ahí aprendió este cabrón el buen oficio.

“Solo tuve dos o tres novias, casi no fui noviero, pues me dediqué más a lo fácil, ya te imaginarás. Íbamos mucho al cine Pardo situado en Independencia frente al Paso Real y al cine Hidalgo; único edificio que ha sido preservado a través del tiempo con el mismo nombre, situado frente al parque Juárez. Ahí pasaban películas de Pedro Infante, Joaquín Pardavé, los hermanos Almada, doña Prudencia Grifell; muchas veces ni veíamos las películas por estar apañando en lo oscurito, esas eran nuestras diversiones de muchachos. El noviazgo era el noviazgo, solo unos besos, el apañe y párale de contar. Lo más sabroso del caldo y más serio de la juventud de aquel tiempo es que en el pueblo existían dos puteros, situados en la avenida  Carranza con la calle Hidalgo; siendo las dueñas de los dos salones, doña Olga y doña Alicia. En dichos espacios daban atención a la clientela, bonitas jóvenes pintadas de los labios y vestidos entallados para llamar la atención, con música de rocola a todo volumen, en este regocijo se bailaba con la pareja y la cerveza en la mano: –¡niñas a mover el bote que la casa pierde!–, grito de guerra de doña Olga y doña Alicia cada quien en su salón; se ubicaba uno junto al otro y en esa forma apresuraban el trabajo de las muñequitas de sololoy.