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Tuxtepec la esmeralda del Papaloapan. Historia de un llanto y muchos recuerdos

Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

I

RÍO DE LAS MARIPOSAS

Tuxtepec, la esmeralda del Papaloapan, tierra de ensueño y de poesía, tierra del trópico, feroz y rica, vive una de las mayores tragedias de su historia. El caudaloso “Río de las Mariposas”, otrora manso y apacible, con ímpetu incontenible con furia sin igual, se lanza sobre la indefensa población y en unas cuantas horas siembra la destrucción y la muerte.

Los días 23, 24 y 25 de septiembre de 1944, hogares risueños y felices son barridos como plumas por la impetuosa corriente dejando en su hogar solo una huella dolorosa de su precipitado paso.

Tres noches angustiosas e intranquilas vivió la población. Los que a tiempo buscaron un seguro refugio salvaron sus preciadas vidas; los que tardaron un minuto, fueron arrastrados por las turbulentas aguas perdiéndose sus gritos de angustia y de terror en medio de la tormentosa noche.

Las fervientes oraciones que salen de los temblorosos labios de hombres y mujeres, de ancianos y niños, se elevan hasta el Supremo Hacedor como un consuelo de los que sufren e imploran el perdón de sus culpas.

Nos enloquece una macabra sinfonía en la que se confunden el ulular del viento entre el pilar de los edificios que se abaten al golpe arrollador del torrente, el sonido de la incesante lluvia los ayes lastimeros de las pobres gentes heridas de muertes que son devoradas por las aguas, y el llanto de los niños, que pálidos y medrosos, con sus ropitas empapadas, apenas y tienen fuerzas para pedir alimentos.

El Dante tal vez no hubiera concebido tan pavoroso pasaje.

Las aguas suben aún de nivel. Resignados y tristes, esperamos la muerte que parece inevitable.

Mientras tanto, en cada hogar su produce un drama. Todos luchan por salvar a sus pequeños, a sus esposas, a sus padres. Se presencian verdaderos actos de heroísmo que llenarían muchas páginas. Héroes anónimos que calladamente y sin ostentación, salvaron muchas vidas, con inminente peligro de perder las suyas. Hubo dos personas que en frágiles chalupas rescataron de la muerte a familias enteras, luchando a brazo partido con el torrente, hasta llevarlos a lugares relativamente seguros.

Varios niños vieron la luz primera en esos terribles días. Ojalá que no lleven para toda su vida la tragedia que los vio nacer. 

Las aguas bajaron con desesperante lentitud. El espectáculo que se presentó a la población después de la venida fue desconsolador y triste. El corazón se oprime   y los ojos se llenan de lágrimas. Tuxtepec casi ha desaparecido. De lo que fuere una floreciente ciudad llena de arrullos y de canciones, de guitarras y de marimbas, solo quedan cieno y ruinas.

Luto y desolación en los corazones. Llanto en los ojos, y en el alma, la tristeza infinita de los vencidos.

Una laxitud horrible invade al pueblo. La mente resulta impotente para resolver la desesperada situación en la que han quedado; sin hogares los más, y afortunadamente los menos, sin algún ser querido.

Un espantoso silencio de tragedia llena la población. Sus moradores se mueven como autómatas sin decir palabra; no es posible que las diga sus mentes desorganizadas no saben que pensar. Algunos parecen como si todavía no despertaran de un terrible sueño, y contemplan absortos y desilusionados el lugar vacío que ocupaba apenas ayer su venturoso hogar. Otros, desesperados, buscan sin encontrar, alimentos para sus pequeños, que allá en la calle o en el desolado solar, se guarnecen hambrientos y ateridos, bajo las protectoras ramas de un árbol solitario que resistió los embates de las aguas.

La impresión dolorosa de estos cuadros, plenos de amargura y dramatismo, conmueven hasta las lágrimas.

Muchos cerebros no resisten y acaban hasta la locura. Hay personas que, ante la catástrofe, intentan arrancarse la vida. ¿Para qué sirve ésta, cuando el trabajo de tantos años de lucha y de prolongados esfuerzos y sacrificios se esfuman en unas horas? 

Las pérdidas materiales son inmensas, incalculables. La ciudad ha quedado reducida en un cincuenta por ciento. El Barrio de Abajo casi desapareció. Una playa inmensa queda como único vestigio de hogares en su mayoría humildes. El Barrio de la Piragua, sufrió también muchos estragos. Hasta las esbeltas y arrogantes palmeras fueron abatidas de raíz y yacen semienterradas en el lodo, como soldados caídos en una titánica lucha. Ha sido una verdadera hecatombe, como un saldo doloroso de vidas y de bienes materiales.

II

79 AÑOS DE FERVIENTES ORACIONES

Ante lo inevitable, y ante la urgente necesidad de conseguir víveres y medicamentos para el pueblo, un grupo de funcionarios públicos  y algunos comerciantes encabezados por los señores Roberto Herrera Giovanini, Jefe de la Oficina General de Hacienda, Don Luís G. Lavalle, señor Conrado Sánchez Mendoza, Administrador de Correos, Vicente Castro Olivares, Capitán de Puerto y otras personas más, organizan con la premura que el caso requiere, un Comité de Emergencia, que trabajó con todo empeño y desinterés, dando seguridad a la población con las fuerzas generales y distribuyendo en primer término, los víveres y medicinas enviados por el señor doctor Ernesto García Ferro, Presidente Municipal de Tierra Blanca., Ver., quien  al tener conocimiento de nuestra desgracia, ordenó que se embarcaran con dirección a Tuxtepec, las mercancías necesarias para cubrir las imperiosas necesidades del momento. Estos fueron los primeros auxilios, cuando toda una población, después de tres noches y dos días sin comer, desfallecían sin tener nada que llevarse a la boca. Un nutrido grupo de obreros de la Sección 25 del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de ese mismo lugar, llegó con palas y carretillas para limpiar las escuelas y los edificios públicos demostrando su solidaridad hacia nosotros.

El nombre del doctor García Ferro es pronunciado con cariño y respeto por todos los tuxtepecanos.

 

 

DEL LIBRO LA LLUVIA DESENCAJADA

Tuxtepec, Oax., diciembre de 1944           

Historia del recuerdo

MANUEL CASTILLO ESTRADA