Sólo la poesía es capaz de guardar el espíritu | NVI Cuenca Pasar al contenido principal
x

Sólo la poesía es capaz de guardar el espíritu

Letras y lápiz
Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

La nave descendió solitaria

depositó al hombre 

en su inmensidad del sueño.

ÁG.

En estos tiempos tan difíciles, no hay nada mejor que soñar, tener derecho a ello como si fuera oportunidad de ir en busca de la belleza acuática, para afinar el alma considerada amorosamente una flor que es capaz de estallar en tantos colores. En esas condiciones seremos capaces de emerger a la luz de esta superficie de lienzo donde el hombre ha abandonado sus principios de ser, un ente feliz, capaz de soñar grandiosidades.

Los orígenes, son ciclos que recorren un mundo optimista lleno de buenas historias; el hombre –en el peor caso-, no se da cuenta de ello y cae en un insomnio de fábulas y estertores inmóviles, que lo colocan a la altura de un animal desmemoriado: triste, cuan largo sueño, se vuelve impreciso aprendizaje de todo acto y rebelión.

En estos tiempos tan difíciles, tendremos derecho a soñar, tarde y noche y después de todo sueño; habrá silencio; piedra adelgazada del alma, diálogo hacia adentro, a donde toda fuerza se anida en lo desconocido; la lucha de los contrarios también permite hilar todo principio de un fantástico vuelo. Allá en lo íntimo, lejos de lo disminuido, se encuentra el valor del hombre, como paisaje robado en la solícita mañana, allí el cansado cuerpo del soñador, emite símbolos que sólo Dios entiende. Grita desesperado el hombre, pues sus valores extraviados en el engaño jamás volverán a ser voluntarios; porque le ha ganado el olvido, se ha desgañitado toda el alma como un soñador imaginario fuera de serie, es decir después de su debacle, el hombre mismo hacedor de todas las cosas de su inframundo, tratará de reconstruir a pedazos. 

Fastidiado el mundo, éste se ha convertido, en un desgajado ojo en el que tirita el espacio-tiempo: esporádica sombra llena de dolor y miedo. Penumbra que refleja la ruptura de un orgulloso “yo soy”, sin fuerzas para continuar su destino. Ahí está el hombre de hoy semejando melancolía de oídos sordos, de inconfesables verdades, ante la imagen de un Dios que el hombre no supo retratar a su propia semejanza y se quedó solo, a fin de cuentas, sus años de estancia es un tiempo sin edad y sin nombre en esta tierra; única y breve, madre y cobijadora, desde siempre raíz de la vida, relato y conjunción de lo divino.

El hombre en este principio se permitió soñar; fue un Adán  y fue una Eva, ambos perdieron esa unidad de intrascendencia y desobediencia a su hacedor; dios no fue superstición, también creó el pecado original para condenarnos a nosotros mismos; el amor masculino procreó al femenino y de la comuna vertebral de ambos, fue extraída la serpiente; prueba de vida, la cola, el pecado; y la cabeza, la sabiduría; pero hombre y mujer después de descubrir esta anécdota mediática, empezaron a soñar despiertos y no aprovecharon tal conjunción del cosmos. Desde entonces, el signo dialéctico del gesto y la palabra pobló al mundo y con el habla, hombre y mujer han manchado la tierra de pecados; verbo es la palabra y el hombre se ha empequeñecido en ello, ha sumido su fe en la mente estrecha de la inconsciencia. El ser humano hoy en día, es un ser terrestre sin nave, lleno de soledad e infortunio; sin respuestas que perseguir, solo tras sus sueños ya sumergidos en náuseas de pesadillas, de un laberinto de descargas en la permanencia del destierro.

Pero el hombre amigo fiel del hombre, sueña en el infierno que siempre ha traído consigo. No ha aprendido a vivir en su interior, sino que es presa de sí mismo. El hombre se come al hombre, pecado inmortal del habla, del principio del verbo por el que ha habitado siempre, sueño de siempre en la materia, en la destrucción, en el impávido sobresalto del insomnio, he aquí al ente de razón, lejos de la intimidad de ser, de su esencia, de sus valores intrínsecos de lo que ha sido desde el principio de todo; repaso en la nada, pero la nada es unidad indivisible venida de las fuerzas nacientes, del uno que es todo: entonces soñar es un espasmo en el reposo del tiempo-espacio, en la nada misma donde los extremos se tocan, en donde el verdadero mundo yace, allí donde sólo la poesía es capaz de soñar despierta.