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Palábrosis y otros delirios

Café
Foto(s): Cortesía
Javier Morán Solano

El objeto de mis celos

Si de algo estoy celoso es de tu taza favorita de café, que conoció tus labios antes que yo. Nunca tuve tantos celos de un objeto como de ese en particular. Me sucedió al principio con tu cepillo de dientes y un enjuague bucal, pero los consideré aventuras sin importancia, que se usan y se tiran tras satisfacer la necesidad. Pero tu taza de café es cosa seria. Más de una vez te he sorprendido dándole el beso de buenos días antes que a mí, cuando despierto tarde. Eso me vuelve loco porque, mientras lo haces, quién sabe qué tantas cosas se dicen en secreto, en presencia de otros objetos como espectadores desde la alacena, murmurando todo tipo de cosas: «exhibicionistas, les gusta en la cocina, y en su propia casa…», burlándose de mí.

Así vivimos los tres desde hace dos años. Y antes que me digas algo, acepto que ya lo sabía, que cuando me mudé a este apartamento tú ya estabas con ella. La verdad pensé que podía soportarlo, aún en los días más intensos de este clima invernal. Pero nuestra convivencia cambió a desamparo a partir del día que la llevaste al trabajo. La metes en tu bolso envuelta en mi pañuelo de aniversario. Cuando vuelves de noche, la llevas hasta el buró de la habitación, y la envidio desde el comedor porque llega primero que yo a la recámara. Entonces me siento como parte de esas relaciones que practican el intercambio de parejas, en este caso en una forma de lesbianismo, por ti y la jorobada taza, con su figura de osito sonriente estampada en rosa.

Por eso odio el café, aunque sepa exquisito. Te lo confieso sin recato, sí, mientras me miras ahí, cruzada de brazos, escuchando mi letanía de hombre enfermo, como siempre me dices. Y antes de que preguntes por qué no te dejo si no me siento a gusto, te contesto de una vez que es por ambientalista, porque la primera noche que nos embriagamos me dijiste que nuestro amor duraría mientras durara la taza, y yo no tengo la sangre fría para dañar a esa tierna sonrisa de oso.

Iniciación

Mi adictivo interés por la vida ajena me llevó siempre a los libros. Recuerdo bien que hace unos años adquirí una obra atraído por el título: «Todo lo que un hombre desea saber de una mujer». Era un ejemplar provocador, cubierto con un plástico delgado que no dejaba ver el interior. Emocionado por el hallazgo decidí comprarlo. Me dirigí con la encargada del lugar, pero al estar frente a ella me invadió la vergüenza y en automático le pedí envolverlo para obsequio. Ella pronunció en voz alta el nombre del libro mientras checaba su precio en la computadora, antes de pasarme al área de regalos.

Dos señoras de madura edad en franca actitud de pareja escucharon el título. «Sé que le gustará a mi hermano», atajé, al tiempo que las damas se miraron entre sí. Salí de la tienda y abrí el envoltorio de mi pariente ficticio. Arranqué el plástico del ejemplar para ver su contenido. Pero todas eran hojas en blanco, a excepción de una cita del psiquiatra, autor de la obra, en la página tres, donde invitaba a un ejercicio al lector para contar su propia historia acerca de ese tema indescifrable.

Entonces, a pesar de toda mi frustración por el dinero gastado, decidí tomarle aquella la palabra al especialista. A partir de ahí, ese libro ajeno con mi vida adentro, me bautizaría, sin saberlo, en algo así como un escritor.

 

*El objeto de mis celos e Iniciación son textos del libro "Palábrosis y Otros Delirios", del escritor Javier Morán Solano y editado durante la pandemia y dedicado al Claustro Doctoral Iberoamericano por su nominación al Doctorado Honoris Causa, recibido el año pasado.