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¡A MOVER EL BOTE SABROSO MI NEGRO!

Carnaval de Tuxtepec
Foto(s): Cortesía
Lorena Jiménez Salomón

CRONISTA: ANTONIO ÁVILA-GALÁN.

Primera parte

¡Mambo, qué rico mambo! esto es el mero merequetengue, el bailazo cada fin de semana en mi tierra querida Tuxtepec. La muchachada nos reuníamos a soltar el cuerpo en los bailes del chachachá y ritmo caliente en el parque del pueblo; sábado o domingo, era el plazo para el jelengue y mover el bote sabroso. Con la plebe se hacía el desmadre de la juntadera a cervecear o echar el relajo hasta la madrugada, esto era justo después de la madriza de toda una semana en el trabajo de la albañilería, otros compañeros laboraban en el corte del plátano, o en el cargamento de productos varios en el Paso Real, o bien en la pesca, labor que se hacía a lo largo y ancho del río.

Los jóvenes, por lo general, no teníamos estudios más allá de uno o dos años en la primaria; pues casi no se acostumbraba la preparación escolar. Si acaso una Escuela Secundaria había en el pueblo, ubicada en la avenida Independencia esquina Arteaga; ahí asistían a estudiar los niños ricos de entonces, los “niños bien”, los hijos de los comerciantes o ganaderos. Había dos escuelas primarias al decir de la gente; la escuela Madero en el Barrio Abajo en Allende y 5 de mayo, y la del barrio de La Piragua. La mayoría de los jóvenes de aquella época del “oro verde” y de la pesca sabrosona en el río, por los años de 1950; íbamos a estudiar con la maestra del Barrio Abajo, doña Elia Martínez, ahí nos machacaba el estudio de la cartilla a coscorrones y jalones de oreja. Nuestra escuelita estaba situada en un amplio patio bajo un enorme palo de mango, en lo que es actualmente la esquina 5 de mayo y Javier Mina, justo donde vive la familia de apellido Trujano.

Se escuchaba que en el pueblo había varias maestras del silabario y de la cartilla, para mí era difícil aprender esas sílabas encuadradas en la cartilla y por mi parte nunca aprendí eso del estudio, me enseñé a leer con los años; “con el tiempo y un palito”, así decían antes. El cuento es que aprendí eso de la lectura, porque me hojeaba todas las pinches revistas de cuentos: El Memín Pingüín, El Llanero Solitario, La Pequeña Lulú, Archi, Tawa, Hermelinda Linda, Tarzán y otros más.

¡Mambo, qué rico mambo!; que nostalgia de esos tiempos; plena algarabía de toda juventud. El merengue, el chachachá; “el manisero que rico va”, ponía a la gente siempre a bailar. Estos bailes se complementaban con el son montuno de la jarana, pues el fandango que prendía los fines de semana a mujeres y hombres, frente a la iglesia de San Juan Bautista; creció en el monte, en los cañaverales, y la tarima resonaba bajo los pies de los fandangueros y las fandangueras; en los patios de las casas, en quince años, en bodas y hasta en los velorios; ahí estaba la jarana despertando el alma del muerto.

Qué nostalgia pariente, que además a los viejos de hoy, muchachada de antes, esta nostalgia nos recuerda al guaguancó. Mi abuelita Panchita me contaba que ese baile germinó en La Habana, Cuba, que éste vino del flamenco español, y sí tenía razón porque Panchita Fonseca descendía de esa estirpe de cubanos que llagaron primero al puerto de Veracruz, pero como ya no había trabajo en ese lugar, los enviaron al puerto de Alvarado y de allí se dejaron venir pa' acá en chinga por todos los pueblos de la Cuenca Baja, llegando a Tuxtepec y de aquí muchos cubanos se fueron hasta Valle Nacional, donde se toparon con pared debido a que allí empieza la serranía. Por lo mismo toda esta región de la Cuenca estaba llena de negros sabrosones y buenos bailadores; de ahí desciendo, de esa raza de estirpe alegre, y yo amo a Tuxtepec, donde me tocó nacer, tierra caliente y bullanguera, con un ánimo inigualable.