Pasar al contenido principal
x

La voz

La voz
Foto(s): Cortesía
Javier Morán Solano

Hay voces que aún sin reconocer sabes que te hablan. En mi caso, una voz sin sexo solía llamarme en la madrugada, en el estado más ligero de sueño. Siempre dijo mi nombre de una manera tan directa y cercana que no fue agradable escucharla —por decir lo menos—. El sonido llegó a ser tan fuerte que más de una vez me levanté de la cama para ver quién gritaba afuera de la casa. Pero nunca vi a nadie.

El fenómeno duró semanas y el estrés en aumento comenzó a afectarme. Temí por mi cordura y decidí obtener ayuda. Así que busqué un sacerdote para «librar» el lugar, pero no se detuvo. Consulté a un espiritista para ahuyentar esa energía, y a una curandera indígena, sin que nada ocurriera. Me mudé de departamento, traté con talismanes, inciensos y amuletos, sin recobrar la paz que alguna vez tuve. El tiempo siguió su marcha.
Cuando empecé acostumbrarme al suceso, algo en esa voz comenzó a evolucionar. Podría ser de mi padre o mi abuelo materno —descifraba—. Me sentí tan perturbado que resolví atenderme con un psicólogo. Dentro de la consulta me preguntó acerca del trabajo. Le hablé de mi empleo, muy de mañana en el subterráneo, operando una línea del metro en el primer turno. Me pidió probar un cambio de jornada para alargar las horas de descanso, ante lo cual solicité un cambio temporal para laborar al atardecer. Y aunque podía levantarme tarde todos los días, la costumbre del viejo horario me despertaba a la misma hora, con la desquiciante voz. La seguí oyendo durante un corto periodo hasta que fue
haciéndose más grave y silenciosa. Después desapareció.

Los días siguientes pude despertarme hasta avanzadas horas de la mañana. El psicólogo me dio el alta y todo iba bien. Una vez que el permiso de cambio de turno se venció, debí volver a trabajar por la mañana. Preocupado por no llegar tarde, busqué un artefacto que ya ni utilizaba. Le realicé una prueba de funcionamiento y no respondió. Entonces compré baterías nuevas y, al hacerlo, caí en la cuenta que tiempo atrás tuve la visita de mi nieto. Jugamos con el aparato por largo rato usando las pilas de su videojuego. Yo ya no usaba el dispositivo pues mi reloj biológico era más que suficiente. En el grabamos nuestra voz en un modo determinado. Ahora entendía que esa cosa sonaba poco antes de que yo despertara. Ante la falta de costumbre por su nulo uso no alcanzaba recordar lo que hicimos con ella, hasta hoy.

Después de todo, viendo el lado amable del asunto, creo tener buena voz para lo electrónico, quizá deba explotarla como hacen los locutores de radio. Es muy buena, a grado tal que con esta alarma de la que hablo demostré atrapar mi propia atención.