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Alegría chinanteca y mazateca

CRÓNICAS ESCRITAS A MANO
Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

Tuxtepec es una comunidad con más de quinientos años de fundación por Moctezuma Ilhuilcamina. Tochtepetl quiere decir “cerro del conejo”, hoy la determinan dos culturas, una que le merece su identidad jarocha y por el río Papaloapan se hermanan los pueblos ribereños de la cuenca baja; carácter sotaventino que hace del tuxtepecano un ser ameno, abierto en su trato, alegre y fiestero. La otra cultura que contagia al tuxtepecano pero no lo forma, es la chinanteca y mazateca, en donde se amalgama el colorido de huipiles en el ser del tuxtepecano, y esta hermandad es precisamente por dos festejos que hay que resaltar; el del 3 de mayo; día de la Santa Cruz, celebrado en el pueblo vecino de Otatitlán con las fiestas del Cristo Negro, y es de recordar que a mediados del siglo pasado, era una verdadera magia ver la romería de colores que lucían en su desfile de trajes los hermanos chinantecos y mazatecos; por las avenidas de Independencia, 5 de Mayo, 20 de Noviembre y Libertad. Ellos bajaban de la sierra con sus mujeres y niños a cuesta, a la celebración del día del Cristo Negro del Santuario y pernoctaban en el parque Juárez, o en el parquecito Carranza para descansar de la extensa caminata. En ese descanso y regocijo tomaban los alimentos que traían en su paliacate, desde sus pueblos de origen: como Ojitlán, Jalapa de Díaz, San Felipe Usila, San Pedro Ixcatlán, Valle Nacional, San José Chiltepec y otros más; caminaban rumbo al Santuario, cruzando el paso de San Bartolo, pasaban por Agua Fría y Pueblo Nuevo para llegar a su destino, donde depositaban toda su fe y gracia, resultado de un largo peregrinar.

La otra fecha festiva para el chinanteco y mazateco aquí en Tuxtepec, la del 24 de diciembre en el parque Juárez en aquellos años; adornado en su contorno con grandes carpas y los juegos de la feria de Atracciones Nava: los caballitos, las sillas voladoras, la rueda de la fortuna y otros pasatiempos. El día 23 de diciembre por la noche o tempranito del día 24, el colorido huipil que portaban mujeres con sus crías envueltas en manta y los esposos a lado; invadían el parque Juárez. La entrada a la parroquia del pueblo y los gritos de júbilo entonaban un himno al regocijo, era suya la ciudad en esa parte del Barrio Abajo. Calzadas tapizadas de colorido, folclor mágico, anecdótico canto del ayer y el antier, hoy sólo son recuerdos. La iglesia era lo primero que visitaban esos hermanos de la sierra, hincándose ante la virgen de Guadalupe para pedirle por una mejor vida en la sierra de donde procedían y una mejor cosecha en el campo o simplemente miraban en silencio la imagen de la virgen; todo eso les llenaba de fe y devoción, seguro sentían un cosquilleo en el alma para su bien vivir. El 24 de diciembre, fiesta de ellos, no del tuxtepecano, el tuxtepecano ya acostumbrado, veía y se regocijaba al percibir al otro, ver a los otros gozar. Nuestros visitantes a chancletazos limpios –así era el dicho–, barrían con su regocijo el espacio del quiosco en el baile tradicional, amenizado por la marimba orquesta de Juan Silva o de Ernesto Castillo, o bien la charanga de Pancho Torta o el ritmo cumbia del Chamaco Roy. Las cantinas de las carpas lucían hasta el tope de ojitecos y chinatecos. Gritos y mentadas al por mayor y la cárcel municipal hacia la media noche, estaba repleta de borrachos de dichos pueblos. De esta forma chinantecos y mazatecos venían a celebrar su fiesta, su amenidad y embrujo, por los años de 1960, en adelante.

Todo este embrollo dicharachero era pasajero, pues el día 25 muy de mañana, la mujer al pie de la cárcel se apuraba a pagar la multa respectiva y cargando a sus niños al hombro, esperaba que el esposo saliera del encierro, quien de pronto aparecía todo tembloroso por la cruda y salían a rumbo; a subir la sierra de nuevo, a chingarle bonito para juntar dinero para el 24 de diciembre del próximo año. De esta forma, el tuxtepecano con su carácter hospitalario y don de gente, se fue acostumbrando muy amenamente a la presencia del chinanteco y mazateco, con sus llamativos trajes, su forma de expresar el castellano, se encompadraron con el tuxtepecano conviniendo que sus muchachos vinieran del rancho para entrar a estudiar la escuela primaria, o la jovencita sirviendo en las casas de las familias pudientes del pueblo y donde cada ocho día los fines de semana, en muchos hogares del pueblo era una fiesta familiar, el comer pollos y gallinas de rancho; pues el padre del muchacho chinanteco o mazateco más que agradecido, sintiéndose ya familiar del cuenqueño; traía al nuevo hogar de sus hijos de todos santos, lo que encontrara en el rancho, contento por el adelanto de sus muchachos en la escuela; y exclamaban que la ciudad era mejor que su comunidad, donde todavía se alumbraban con candil o vela, y en cambio Tuxtepec lucía más bonito, con mucha luz y música de radio, que ponía alegría en cada rincón de la ciudad.

II

El ÉXODO

El éxodo de personas de la Chinantla y mazatecos hacia Tuxtepec, se inició después de los años 1950 y se incrementó de 1960 a 1970; se unieron las dos culturas y el hermano chinanteco y mazateco aprendió pronto las costumbres de la cuenca baja del Papaloapan.

Aunque ellos son jarochos por naturaleza, por pertenecer al sotavento, su carácter difiere de las personas de los pueblos del bajo Papaloapan, ya que el cuenqueño es abierto de carácter, más dicharachero y valemadrista; y la gente de la Chinantla y de la zona mazateca son más recios de carácter, toman la vida muy en serio y como dicen en Tuxtepec, estos cabrones son más bravos que el carajo, cuando algo no les agrada ni quien los aguante; pero eso sí, son chingones para el trabajo y para la madriza de lo que le pongan a hacer para ganarse el sustento diario.