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Antes, nadie te decía ni te reclamaba nada

San Pedro Ixcatlán. Foto de Albert M. Laughlin
Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

II

Antes se acostumbraba a pedir la mano de la muchacha sin conocerla, ella tenía que aceptar de un modo u otro al futuro esposo. Así sucedió con una de mis hermanas, quien no quería casarse y lloró mucho, pues apenas contaba con trece años de edad, pero mi papá la obligó, esa era la ley de la comunidad Mazateca; la mujer no tenía derecho a decir nada y sumisa debía obedecer al mandato del hombre. Además, las muchachas no podían andar solas por las calles del pueblo, sólo acompañadas por sus padres o hermanos mayores. El plazo para casarse era dependiendo de lo que se necesitaba para tal acontecimiento, pues los preparativos se llevaban seis meses o hasta un año. El sacerdote únicamente llegaba al pueblo para celebrar misas o casamientos, venía cada quince días o cada mes, procedente de Ojitlán o Tuxtepec.

Se cuenta que la iglesia fue construida hace más de quinientos años, a la llegada de los españoles, fue edificada al mismo tiempo que la de Jalapa de Díaz y la de San Miguel Soyaltepec. Los españoles tenían la costumbre, que al arribar a una comunidad lo primero que mandaban hacer era una iglesia, y con ello más fácilmente sometían al indígena -eso lo comprendí ya de grande-, a nuestros antepasados los controlaban por el miedo a lo desconocido; yo soy muy católico, pero así lo razono. Los conquistadores construyeron grandes casas de piedra aquí en Ixcatlán, y se unían con mujeres mazatecas, por lo cual hubo buena descendencia, y lo atestiguamos por tantas mujeres bonitas que existen en esta comunidad.

Pasado el tiempo, allá por los años sesenta, se abrieron en el pueblo varias tiendas. Gentes ricas compraban toneladas de arroz, frijol, maíz y ajonjolí. En Ixcatlán también se sembró el algodón, que era adquirido por Próspero Gómez y Crecencio Virgen. Éste producto se daba en grandes cantidades y ellos lo adquirían a treinta centavos el kilogramo. El algodón lo sacaban por medio de lancha hasta Temascal, para trasladarlo a la ciudad de Córdoba. Próspero y Crecencio no fueron nativos de Ixcatlán, eran hijos de españoles quienes en estas tierras lograron hacer dinero, adquirieron grandes potreros y mucho ganado.

Cuenta la historia del pueblo, que el famoso Primo Aguirre Delgado, un fuerte comerciante de aquellos tiempos, obtuvo dinero de su padrino Juan Andrew quien fue español, ostentaba gran riqueza y el día que partió del pueblo, le dejó todo su dinero y bienes al mencionado señor Primo.

Contaré por último algo importante de mi vida, para que, si tú lo das a conocer, quienes lo lean lo tengan en su santo recuerdo. En aquella época de mi juventud casi no había enfermedades, sólo gripe o calentura, esto era gracias a que la gente comía puras cosas sanas, con poco aceite, mucha yerba, nada de refrescos embotellados, y no existían condimentos enlatados. Como no había médico se utilizaban los servicios de las curanderas. Las mujeres, tenían a los chamacos en forma natural y aguantaban los pujidos, después eran bien fajadas por la comadrona -así se le llamaba a la partera-, y a los pocos días regresaban al trabajo del hogar. Con respecto a los fallecimientos, morían como quince personas al año, muchas veces por vejez o aburrimiento, aguantaban hasta noventa o cien años de vida. Mi padre soportó menos tiempo, pues a los ochenta y ocho años se peló por una hernia que se le ahorcó. Mi mamá es más fuerte, todavía vive y tiene noventa abriles.

Yo me casé a los veinte años, recuerdo que como síndico municipal estaba don Margarito Jiménez, fue un buen amigo; no hice ninguna fiesta porque no tenía dinero ya que tomaba mucho. Me casé por lo civil, mi esposa Isiquia Mendoza Alvear, contaba apenas con 16 años, fue mi primera mujer. Poco después tomé como esposa a su hermana Florencia, de apenas 14 años de edad, estaba más polloncita, esa vez andaba en la escuela, fui por ella y me la robé, estuvimos veinte años juntos, después se fue para México con sus hijos, entonces me busqué a otra mujer llamada Epifania Cortés López. Con Isiquia tuve ocho hijos, con Florencia doce hijos y con Epifania solamente tuve cuatro.

Después me hice de otras mujeres, como fueron: Domitila Castillo Rodríguez, con la que procreé cuatro hijos, María Petronila con la que tuve una hija, Teresa López Alvear quien también me dio una hija, Narcisa Ronquillo Bolaños con la que engendré dos hijos. De todas las mujeres que tuve, solamente María Petronila y Narcisa Ronquillo murieron en el cumplimiento de su deber y yo me sentí muy triste por ello.

En total tuve 35 hijos, pero sólo 28 de ellos viven; de mis nietos, la verdad no tengo cuenta y menos de los bisnietos.

Yo pude tener muchas mujeres porque antes, nadie te decía ni te reclamaba nada, y mucho menos te exigían pensión alimenticia para los hijos, como veo que ahora le sucede a muchos pendejos maestros.