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Don Juanito el periodiquero

Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

“Dios resiste a los soberbios

y da gracia a los humildes.”

(1ra de Pedro 5:5)

La vida es difícil, poco fácil, amable, nuestras vidas se perciben abiertas, absortas, pero sorprendentemente bellas. Por eso la amamos, la queremos, es equitativa la vida, a veces es real, la vida es un abanico de cosas y casos que nos rodean y nos zarandean a cada instante. Somos todos amigables y dignos de humildad, pero nos trasformamos o somos susceptibles de ello al menor indicio del roce social. Es un espectáculo de verdad, lo que cotidianamente se contempla por la ciudad y sus alrededores. La celebridad es la fe de las buenas expectativas, cuando se requiere el tiempo necesario para los actos piadosos. La sociedad no es asertiva del todo, porque en aras de ella se cometen errores y se realizan horrores. La energía y el esfuerzo que se invierte por componer las cosas no resuelven a veces nada, poco se logra, cuando hay contraposición de fuerzas que empeoran las cosas. Se siente el pánico ante tal situación, cuando la ciudad se mira vejada en toda su extensión de norte a sur y de este a oeste, de barriadas, callejones, avenidas, colonias y un sinnúmero de lugares donde la injusticia se agobia entre las sombras de los íntimos gritos, de quienes sufren o ya sufrieron los arañazos del tigre. 

Los gatos también son pardos a más no decir y se escurren por el tejado de la droga y el alcohol. 

La casona vieja de las esquinas o el enramaje de cualquier atardecer, sirve para que se resguarden en esos sitios, tigrillos y lagartijas que endemoniados por el consumo de porquería y media se sienten dueños de vidas y destinos. 

Ya la ciudad, absorta y dicharachera, abierta a cualquier corriente y maquiavélica, hablando políticamente, ya no tiene paz en sus escurridizas arterias. 

Me parece ver como por la madrugada, Juanito salía de su solitaria casona, allá por el muro, y con un rezo y persignación en los brazos, una santiguada al despertar a las cuatro de la mañana; se pone sus sandalias, se despabila, contoneándose en el vestíbulo oscuro de su alma y sale a tomar el aire fresco y limpio a esas horas, que emergen de las aguas del río. 

Juanito, terco viejo por comparecer en el trabajo cotidiano de repartir el diario local, me lo imagino, con su despabilada mirada de búho, reconocer las calles que diariamente recorría en la oscuridad antes del alba, para llegar a su destino y empezar su trabajo. 

Por el muro boulevard, calle Galeana, Prolongación Independencia, por esos lares, que antaño semejaba tertulia de barrio, juego de chamacos o escondite de enamorados, allí en medio de esas esquinas, ya es ahora reunión de gente malvada, reunión de tigres alcoholizados que molestan a medio mundo. 

Don Juanito, muy por la mañana, tuvo el deshonor, la mala estima, el mal destino de encontrarse con gente del llamado “escuadrón de la muerte”, viven deshilachados del corazón y tienen un escondrijo en el alma que se hiela a pedazos; hacen daño, matan con la mirada, se matan a sí mismo, quieren morir por que no les interesa nada ni nadie, ni ellos se soportan. Drogadictos y alcoholizados, por esos lares y parquecitos del muro boulevard, se mira el desfile de esos bisnietos de Lucifer, hijos directos de Satanás e hijastros del cola de caballo, con pezuña de animal montés. 

Ellos, ese día por la mañana, impunemente, con la mirada pérdida en el desorbitado paisaje de la conciencia, asesinaron a sangre y tierra, a Juanito, el que repartía los periódicos diariamente en la esquina de Hidalgo y Libertad, el que hacía guiño a transeúntes y urbaneros para dejarle en sus manos el diario y su noticia. Ya el anciano Juanito, el señorón del trabajo, sucumbió a manos de esos malvivientes, que como dijo el señor: “No saben lo que hacen”, embrutecidos por el alcohol y la droga, pero sí saben que cometieron una fechoría, una cobardía, un ilícito y de ello quién sabe si se arrepientan.

Juanito se fue, para no volver; el viento azul de la mañana, cada día saluda sus pasos y su alma, seguro pena y repena los ciclos lúcidos de una buena desmemoria.