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Carta de Agustín de Escobedo

Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

“Viví en Tuxtepec en 1924, contaba con 25 años de edad cuando sucedió que tuve un amor que nunca olvidé. Amor que me dejó un profundo surco en el corazón”. 

“A mi Nanchichí” 

Amena charla esa la de tu persona. Tierna tu sonrisa como regocijo, aún enojada parece que te enredas al viento en la espera del amor, allí junto al astillero. Mi Nanchichí, me llamas la atención con tu andar de afortunada melodía. Racimo de uvas son tus ojos. Te amo por tus buenas cosas y novedades. Besos limpios como de agua dulce, abrazos como aroma de pachulí. Te tomo de la mano, para invitarte a subir a la lancha y me miras con una endiablada mirada de “yo no fui”. 

Después, todo sucede entre nosotros, o nada pasa y las cosas ahí quedan. Los dos subimos a esa vistosa nave en El Paso Real, y entonces las inspecciones y reportes de terrenos baldíos nos ponen a parir cuates no sólo a ti y a mí, sino a medio mundo. Recuerda que te dije esa ocasión, que si nos decidíamos en cualquier momento, podríamos tener comisión por cada beso dado, en medio del campo como pájaros absortos en el árbol de nanche. Venderíamos caricias al viento para que se las llevara a otros lares, venderíamos caricias al río para que bendijera a los peces, y si no, chinches y mosquitos babosos nos podrían invitar por último, a irnos al cultivo de la piña, un poco delante de Palo Gacho. 

Tú y yo como novios y verdaderos cordiales; contratistas del amor, podemos ser administradores del día viernes, principio de cada mes. El sábado de cada semana, seremos hacendosos agradecidos, respecto a preguntas sin respuestas. Te diré que el buen tono, es el mejor de los cigarros, así que los fumadores deben de cuidar muy bien su registro, no sea que se les atraviese un puto mal humor en medio de la garganta. 

No sé si ya sepas que la telefonía en este año del carajo (1924) subió de categoría, pues ya será sin alambres y tendrá gran alcance en eso de enviar noticias hasta la ciudad más grande de nuestro país, en donde dicen que hay muchos conciertos humanos. 

En verdad te amo mi Nanchichí, te amo con locura porque cuando caminas, pareces un bote rápido recorriendo como sirena el largo río. Eres tan ligera como una lancha de servicio de pasaje y carga entre Tuxtepec y El Hule. Tu cintura es como el sauce que se bambolea enredado en la cabellera del viento. Seguro que muchos comerciantes te contratarían si fueras en verdad una lancha, para eso del transporte del plátano o tabaco.

Por eso te amo, por tu cumplimiento y eficiencia. Por tus vientos mayores y especialidad en hacerme sentir a toda madre. 

Por tu ofrecimiento en medicina de patente como un establecimiento mixto de La Aurora. Establecimiento de efectos nacionales y extranjeros como La Primavera. Estoy apendejado por tus compras de arroz y algodón, y luego luego me invitas una cerveza Moctezuma mi querida Nanchichí. Te quieres hacer como la muy santita y creo que eres bien cabrona, pero allá tú mi Nanchichí, al fin y al cabo, el sumario de cosas y enseres a que tú me inspiras, está a tu disposición mi amada mujer olorosa a piña, con caderas de chupamirto.

Siempre estarás en mi mente, en mi corazón estarás enredada en mi piel de tigrillo. Siempre te amaré, y seguro, que almacenaré en tu cuerpo los códices tatuados de la mujer, exploración de terrenos escondidos. Te indagaré desde Tuxtepec a Valle Nacional. Revolucionaré tus caderas a mil por minuto, revolucionaré al mismo ritmo tus ardientes senos, tus centros sociales, tus enredados vellos, tus muslos amurallados por chaquistes domingueros. Allí en ese rincón del cielo donde tú reinas, se mecen las más bellas mariposas del Papaloapan.

Tomado del libro “Recuerdos y Desmemorias”, ÁG.