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Preferible una mala madre,1944

FOTO 1.- Vista de la avenida Independencia desde el estudio fotográfico de Carlos Melo López
Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

I

En la madrugada del día 23 de septiembre el río empezó a entrar a la población. A eso de las diez de la mañana, Don Antonio Albuerne llegó hasta nuestra casa, situada en la avenida independencia, con un chalán cargado de cientos de personas de distintas familias del centro del pueblo. Mis padres y hermanos nos encontrábamos en la sala, arriba de una mesa más alta de lo normal, que nos quedó como herencia de una panadería que hace años estaba en ese lugar; aún así el agua ya nos estaba llegando a las rodillas. Mi hermana Lita insistió en que nos fuéramos al chalán porque el asunto se estaba poniendo muy difícil, pero mi padre refunfuñó que nos quedáramos quietos, porque el agua no podía subir a mayor nivel, dado que él conocía bien el río, y en la última inundación grande que había sufrido Tuxtepec, en el año de 1888, el agua no pasó del nivel en el que se encontraba en esos momentos.

El peligro cada vez se hacia mayor y, a insistencia del señor Albuerne nos subimos a la embarcación que era jalada por el famoso remolcador de aquellos tiempos, el T-7. Lo insólito del caso, fue que remolcador y embarcación ya no pudieron seguir en la búsqueda de un refugio seguro, debido a que la corriente de agua ya era enorme; es de suponer, que sí los personajes que estaban a cargo de la graciosa huida hubieran decidido continuar su viaje, el T-7 y el chalán que remolcaba, seguro se estrellarían  en la esquina de Independencia con la calle Juárez, frente al mercado. 

La embarcación tenía dispuestos tres amarres, uno se hizo en la casa de Gabriel Cué, otro de la casa de doña Margarita y el otro de la casa de nosotros, éstos, con lo fuerte de la corriente se iban reventando y el chalán se balanceaba peligrosamente, porque los cables, según crecía el nivel, iban quedando debajo del agua, y la embarcación se inclinaba  de un lado a otro con peligro de hundirse, se tenía que meter algún buen nadador y correr hacia arriba el cable a fin de poner en equilibrio el chalán. El héroe que la hizo de buzo en varias ocasiones a fin de subir los amarres de cada poste, fue Antonio Beltrán, al que después le celebrábamos tal odisea porque nos salvaba la vida en esos momentos tan difíciles.

II

La noche del sábado fue un caos, la lluvia no cesaba, el nivel del agua seguía subiendo y nos encontrábamos a la intemperie. Casi cuarenta y ocho horas estuvimos en ese reducido espacio, expuestos a la tupida lluvia. Los que vivimos esas circunstancias tan inverosímiles, no se nos olvida el tremendo impacto causado por la culebra de agua caída en la sierra Juárez.

Recuerdo bien que, la mañana del sábado 23 de septiembre, justo cuando el agua del río empezaba a invadir las calles del pueblo, llegó el encargado de la leche y le dio a mi papá la cantidad que le entregaba diariamente, sin sospechar que después, esa garrafa de varios litros del preciado líquido, serviría como único alimento a las gentes que estábamos en la embarcación.

A lo último, como fuerza esperanzadora, el único amarre que aguantó el cáncamo de agua fue el del poste de la casa de doña Margarita, pues en ese callejón de Arteaga estaba durísimo el aluvión de la corriente; se veía muy peligrosa la situación, y tuvimos que sacar el agua hasta con bacinicas, para evitar que se inundara el chalán.  

III

El famoso remolcador T-7, héroe de mil batallas, transportaba cargas de plátano por la ribera del río a distintos lugares de la cuenca, éste, pertenecía a Cañitas. Después de la inundación desapareció del mapa y cuentan que quedó hundido en el río, a la altura de la calle Guerrero; como heroína que fue esa máquina en el 44, es para que la hubieran rescatado y exhibirla como parte de una exposición en algún lugar especial de la ciudad.

Mi padre, Enrique Trejo Pacheco, era primo hermano de Don Pancho Rodríguez Pacheco. Enrique, después de la inundación, donó el terreno para la colonia María Luisa, y Don Pancho fue el que dio el dinero para que se hicieran cien casas para los damnificados; como ya es sabido el que nos echó la mano aparte del gobernador de Puebla y el presidente municipal de Tierra Blanca, fue el ciudadano presidente de la República, Manuel Ávila Camacho,  quien llegó a visitarnos a los 20 días después de la inundación, trasladándose de Veracruz en barco hasta Papaloapan, y junto con su comitiva tomó el tren de ese lugar hasta la estación La Esperanza, situada al otro lado del río. Para tan importante visita se limpiaron los escalones del Paso Real y una de las banquetas de la avenida Independencia, con el fin de que pudiera llegar a pie hasta el parque Juárez. Desde los barandales del quiosco se mostró solidario hacia los tuxtepecanos por la tragedia que acabábamos de pasar, y ofreció a Tuxtepec agua, drenaje y una planta de luz, promesas que poco después hizo realidad. Fue en esa forma que aquí en nuestro pueblo nació la comisión del Papaloapan, cuyas oficinas se ubicaron en el barrio del Castillo, un lugar alto y especial para los estudios topográficos del proyecto que el gobierno federal tenía pensado echar a andar, para evitar, en lo posterior, otras inundaciones. 

A la llegada de Miguel Alemán a la presidencia de la República, todo el estudio de la comisión se trasladó al Estado de Veracruz, y se fundó Ciudad Alemán, que hasta la fecha sigue siendo un lugar muerto, ya que como ciudad nunca floreció.

Desde luego que, parte de las proyectos que prometió de buena voluntad el General Don Manuel Ávila Camacho, quedaron truncados por el cambio que vino a imponer el nuevo presidente de la República, pues hubo arrebatiña por parte de hombres encumbrados, en esos momentos, dentro de la política regional, como fue el diputado por Cosamaloapan, Veracruz, Arriola Molina, quien por esas fechas llegó comisionado a Tuxtepec y en una reunión en el Teatro Hidalgo se armó una gran tremolina, después nos endulzó con cien mil pesos de aquellos tiempos, para que se hiciera el hospital del pueblo. 

Tuxtepec se constituyó en el patito feo de la Cuenca, pues el primer decreto para las obras de drenaje, que había prometido Ávila Camacho, se lo llevaron a Cosamaloapan; llegó el segundo decreto presidencial y se llevaron las obras a Tierra Blanca y, para amolar, todas las carreteras de la cuenca estaban pavimentadas y en buen estado, sólo para llegar a Tuxtepec el camino era de grava, por lo mismo éramos el patito feo, pues Oaxaca, como toda una mala madre, poco nos hacía caso; Veracruz tomó el lugar de una madrastra, ya que todo lo que venía para Tuxtepec se lo llevaba para su casa; eso de pertenecer a Veracruz era el run run que flotaba en el ámbito tuxtepecano, nada de bueno hubiera sido, por eso quedó aquel dicho tan popular: “preferible una mala madre conocida, que una madrastra por conocer”, porque a lo mejor, salía más ingrata.

  ( Del libro: La lluvia Desencajada )