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La rama, tradición y anécdota

La rama
Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

En el mes de Diciembre en cada barrio del pueblo, la costumbre era que los chamacos se reunían para formar y organizar una rama adornándola de acuerdo a las posibilidades del grupo. La tarea consistía en ir desde la mañana a conseguir y cortar la rama de cocuite que era la que más se prestaba para el mencionado evento.

Por el barrio de La Piragua, por la colonia de Los Cargadores, por el centro del pueblo, se podían observar grupos de personas: niños, jóvenes o gente mayor desfilando por cada hogar o en las tiendas principales; entonando las canciones navideñas con una rama adornada lo mejor posible.

Por ejemplo, las personas mayores que visitaban las tiendas del centro se hacían acompañar con músicos que tocaban el requinto, la jarana, el arpa; dos o tres jaraneros y señoritas tocando el pandero. Esto que se menciona hacía de la tradición un buen juego de la vida. Una constante reunión en diciembre donde se celebraba la unidad de la vecindad y la familia.

En esa época yo estudiaba la secundaria en la Escuela Técnica No. 41, hoy la ETI 2, y la costumbre de siempre fue adornar una rama de preferencia de cocuite y un grupo de seis a ocho jóvenes –hombres y mujeres–, salíamos a pasear la graciosa rama en esas fechas de diciembre. Después del dichoso paseo por varios hogares del Barrio Abajo y del centro del pueblo; regresábamos muy alegres a eso de las nueve de la noche luego de dos o tres horas entonando los cánticos navideños: “Ya se va la rama muy agradecida porque en esta casa fue bien recibida”.

Bastaban sólo unas horas para tal enmienda y sacar los buenos quintos de aguinaldo que nos repartíamos en partes iguales, ya sea para gastarlo la misma noche del encantado paseo de la rama, o bien, la repartición se hacía al final de la jornada de ocho días (del 16 al 24 de diciembre), y en esta forma los que sabíamos guardar el dinero nos íbamos a la feria del parque Juárez a subirnos a los caballitos, a la rueda de la fortuna o a las sillas voladoras, y todavía alcanzaba el dinero para irnos a comprar unos dulces o unos cucuruchos de cacahuate con doña Esther. Cada año Atracciones Nava llegaba a ambientar la feria decembrina de Tuxtepec, lo que hacía un mejor regocijo en la celebración de fin de año.

La anécdota al respecto; fue que una noche de regreso a casa, toda la chamacada veníamos en chinga saltando de alegría por el buen dinero recabado como aguinaldo. Sucede que adelante, dos o tres compañeros corrían jalando la rama y esta se arrastraba en el piso; lo cabrón fue que me tocó la de malas, pues a escasos metros de llegar a mi casa pisé la rama en movimiento y el aterrizaje de mi endeble cuerpo –pues estaba muy flaco y ñengo–, no se hizo esperar el madrazo y caí sobre mi hombro derecho, lo bueno que no recibí el golpe seco, pero sí me arrastró el movimiento de la rama y sufrí daño en el brazo. Todo lo que faltaba para terminar diciembre y buena parte de enero la pasé con un brazo inservible que lucía como una enorme quemadura. El médico Juan Antonio Orozco -doctor de muchas familias tuxtepecanas-, me recetó una pomada color verde limón que olía a madre –al menos eso decían los compañeros que me visitaban–. Yo siempre he dicho que las aberraciones no se olvidan nunca, ni los colores de los malos sueños.

Digo esto porque también sufrí los embates de mamá Úrsula, que ni mi clemencia y malestar la conmovía: –¡No te lamentes hijo de la chingada o traigo otra rama de cocuite para agarrarte a madrazos con ella!–.