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Flores para Ávila Camacho

Ávila Camacho
Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

II   A FALTA DE AGUA, CERVEZAS.

 Del pueblo de Tierra Blanca, llegó a Tuxtepec comida y medicina; agua limpia para tomar, mucha ropa de otros lugares como Córdoba y Puebla, pero gente murió porque hombres vivales se hicieron dueños de todo el alimento, casi no lo repartieron y se guardaron muchas cosas en sus casas. Quién iba a decir que yo me iría de ese pueblo que tanto quise, amé todo lo que allí existía, sus calles, sus bailes en el kiosco, sus jaranas y enramadas, hasta aprendí a bailar el zapateado, bailaba en el pasto, mientras otros bailaban en la tarima, con el encanto de la jarana. A esos bailes se les llamaban “fandango”, se hacían los fines de semana. En ese entonces no había luz en el pueblo; eran muy agradables esas fiestas, se paseaba la gente en el río, en chalanes adornados con flores, yo nunca pasié en ellos, miraba y me divertía cuando adornaban a las grandes máquinas. En embarcaciones llevaban marimba y bailaban a medio río; se veían muy bonitas las lanchitas adornadas con flores blancas y rojas, con hojas de plátano y racimos enormes de este alimento. Yo estaba muchacha cuando conocí a Martín Lucio en el pueblo, lo conocí un domingo en kiosco del parque, en un baile con música de la marimba del pueblo; fue un diciembre cuando lo vi por vez primera, todo sombrerudo, con pañuelo rojo en el cuello para lucir coqueto con botines nuevos; sentí que me echó los perros, porque me miró bonito y yo hice lo que veía en las muchachas de sociedad, sonreí y quebré mi cintura con mi reboso rosado, se me jaló el pinche Martín Lucio, yo lo quise mucho desde ese día, al mes me llevó a su jacal, por el Flamenco, donde vivía con sus padres. A los dos meses de la inundación me fui con gente rica a Loma Bonita, con los Rodríguez; después se fueron a Villa Azueta, y me llevaron con ellos; de allí salieron a Minatitlán y no quise irme más lejos; una prima de la señora Rodríguez me trajo a Tierra Blanca, desde entonces vivo aquí, me volví a casar con un veracruzano, me salió borracho el condenado, pero me dio de comer mucho tiempo, murió por pendejo alcohol, que hinchó su pie como sapo. No te quiero decir nombres, porque si tú pones en periódico te van a querer chingar después, pero mucha gente salió del pueblo de Tuxtepec, porque hombres vivales juntaron lo que llevaron de víveres de otras ciudades y escondieron en su casa. Allí en palacio y otro lugar que no recuerdo, nos amontonábamos la gente llorando, mujeres de rodillas pedíamos de comer, hombres güeros y toscos de cara, eran los encargados de darnos –como ellos querían y se les hincharan los huevos- la ración de alimentos, peleábamos por la comida. Gente de que te hablo, Diosito los castigó, porque dicen que la carne que tenían escondida se les agusanó y no la pudieron vender. Había una casa grande en la calle principal de la ciudad, se vino abajo con la fuerza del agua, en ella se embodegaba la cerveza de don Pancho Moreno; muchos cartones se regaron entre el lodo, la gente recogían las cervezas, las tomaban a falta de agua; resultaron muchos borrachos, otros maldosos robaban las cosas de los demás y se peleaban entre si; querían robar ropa para sus hijos desamparados.

 

III   EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA EN TUXTEPEC.

 A pocos días de la inundación se supo que vendría a Tuxtepec el presidente de la República. Tuxtepec no tenía presidente municipal, el que dejó salir a presos fue buena gente, les abrió las puertas para que se salvaran, pobrecitos, unos no sabían nadar y se perdieron en el agua. Otro presidente fue el que se puso en la casa de “poder” para comenzar a levantar de nuevo al pueblo, todo era un caos: no había policías, no había tiendas abiertas, no había agua, no había petróleo para hacer lumbre, y olía muy feo, porque los animales muertos que estaban entre el lodo, ya estaban secándose. Lloraba mucho por mi Martín Lucio, quedé delgada y papucha, me enfermé y poco faltó para que yo muriera como gallina accidentada. Cuando llegó el presidente Ávila Camacho, un señor grandote y de sombrero, yo andaba de un lugar a otro, como animal sin dueño; pidiendo de comer. Pasó por la calle Independencia, nos negaron acercarnos a él, pero muchas mujeres lo rodeábamos; el tocó mi cabeza y me vio llorando, todas las mujeres lloraban; yo vi con ojos grandes que todavía tengo, cómo Ávila Camacho, el presidente de México, se le escurrieron las lágrimas y movía la cabeza al ver todo destruido; siguió caminando y yo no olvidé nunca esa mano sobre mi cabeza, por eso cuando pusieron monumento grande en Tuxtepec, después de varios años de la inundación, mis hijas Renata y Carmela, que vivían en un rancho de por Chiltepec, vinieron a Tierra Blanca para llevarme a ver monumento. Vi igualito a Ávila Camacho, ese que me tocó la cabeza con su mano, yo lo vi llorar, lloró seguro porque miró a todo Tuxtepec llorando; le traje muchas flores, puse en monumento y recé el canto que escuché del padre Silviano en inundación. “Padre Nuestro que estás en los cielos, salva y cuida a mi Martín Lucio y a Ávila Camacho, que tocó mi cabeza: son los dos hombres que yo más recuerdo, aquí en mi porfiado y triste corazón.

Testimonio de Martina Pérez /84 años de edad / Tierra Blanca Ver. 1986