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EL QUE LO BAJE SUBE

PAPALOAPAN, Imágenes de una identidad, de Salvador Singüenza Orozco.
Foto(s): Cortesía
Lorena Jiménez Salomón

La gente tenía que huir a las galeras a esconderse varios días y con el tiempo muchas familias empezaron a irse a otras regiones, quedó poca población, pero Jacatepec con el tiempo se fue recuperando. 

Por este hecho se había ido perdiendo la fe por la religión, pero una vez ocurrió un fuerte temblor y sucedió que la virgen se volteó en la capilla, en dirección a la laguna donde había aparecido mucho tiempo atrás. La población alarmada por este fenómeno, decidió mandar al sacristán a buscar al sacerdote de Valle Nacional. El padre llegó al otro día y vio que efectivamente la virgen estaba volteada hacia la dirección de la laguna, dándole la espalda a la entrada de la capilla. Para poder volver a su posición, hicieron oración y rezaron día y noche, para ayudar a la causa, tuvieron que escoger a una muchacha de la comunidad para que la acomodara, ya que existía la creencia que sólo las señoritas podían tocar la imagen.

Por motivo de aquel temblor, las personas se acercaron más a la virgen y fueron olvidando a los rebeldes, fue por eso que se formó el coro con un grupo de señoras, para el canto y rezo de las misas a la virgen de la asunción, patrona del pueblo.

Por esas mismas fechas sucedió algo raro, un lunes del mes de mayo, cerca de las doce del día se oscureció de pronto, y los animales del lugar empezaron a inquietarse y se reunieron en un potrero grande. Lo sorprendente de ello, que sin distinción alguna estaban juntos caballos, burros, chivos, gatos, gallinas, perros, armadillos, tigrillos y changos. Lo más glorioso del fenómeno –esto se comentó después en la comunidad–, fue que unos animales se hincaron, como pidiendo perdón por algún pecado cometido, tal y como lo hacemos los humanos. La gente se asustó mucho y empezó a rezar, pues se pensaba que todo era una maldición de alguien, dado que en ese tiempo se creía mucho en espantos, brujerías y endemoniados. De inmediato, durante esa rápida oscuridad del cielo, todo el pueblo corrió hacia la iglesia para entonar cantos de alabanzas y rezarle a la virgen de la asunción. A los pocos minutos el cielo se despejó de toda oscuridad y el sol que nos había abandonado por unos momentos, Salió radiante y más fuerte que al principio del día. Vimos de pronto, en qué forma los animales se dispersaron corriendo cada quien por su lado. El pueblo quedó liberado de todo susto y volvió a la normalidad.

Igual que los rebeldes serranos las fuerzas federales siempre hacían de las suyas, en esa ocasión, nos cuenta la señora Marlene Nieto Arango, los rebeldes llegaron al pueblo de Jacatepec y buscaron inútilmente por todos lados al Presidente Municipal y al subpresidente por todos los rincones posibles, pero no encontraron nada, pues habían huido con tiempo hacia el monte; únicamente mi abuelo Manuel Arango, que era el secretario de la presidencia, no huyó, porque decía: “nada debo y no me buscan a mí”, pero esos desalmados por coraje lo fueron a sacar de la casa donde vivía con su esposa, que era mi abuela; lo golpearon, lo vejaron, lo mataron y fue colgado de un gran árbol que estaba en medio del pueblo, poniéndole su parte intima en la boca, además le pusieron un cartón grande en el pecho que advertía “El que lo baje sube”.

En ese entonces mi abuela estaba embarazada de mi mamá y quedó viuda después de lo ocurrido. Prácticamente toda la población tuvo que emigrar a las comunidades cercanas como es Chiltepec y Valle Nacional, ya que el mal olor del cuerpo de mi abuelo empezó a traer enfermedades. Un buen tiempo la gente se ausentó del lugar.

La comunidad en esa época sufrió mucho, pues los serranos llamados rebeldes, también estuvieron inundando de terror a la población, de éstos se sabe que cuando llegaban a la comarca, se internaban en los pueblos y violaban a las señoritas y hasta a las mujeres embarazadas; a los hombres que consideraban fuertes para pelear se los llevaban para que lucharan junto a ellos. Mucho tiempo estuvieron atormentando dichos asesinos a Jacatepec. Mi madre me comentó que, siendo muchacha, varias veces tuvo que esconderse con otras jóvenes de su misma edad en los pastizales, por los caminos que los rebeldes no conocían, cerca de los cerros.

En esa época la situación económica era pésima, la gente apenas se alimentaba con la poca siembra que tenía, como maíz, frijol, chile, plátano, tomate y calabaza. La única salida económica buena era la cosecha de tabaco, pero estaba reservado para unos cuantos poderosos, que le daban trabajo a nuestros hombres campesinos, explotados de sol a sol: todavia estaba fresca la memoria de las contratas de Valle Nacional.