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El merequetengue en Tuxtepec

Blog Historia de Tuxtepec
Foto(s): Cortesía
Lorena Jiménez Salomón

CRONISTA: ANTONIO ÁVILA-GALÁN.

Segunda y Última Parte

La muchachada los días sábado, nos reuníamos en los paseos como es el del Paso Real que era un buen mirador para pasar la tarde, admirando la lancha y panga pasear de un lado a otro del río, cruzando hacia La Esperanza donde estaba la estación del ferrocarril. El otro paseo es donde actualmente están Los Cocos, ambos eran grandes espacios y centro los fines de semana, donde el joven enamorisqueaba a las muchachas, que ya sea sábado o domingo por la tarde, se daban su vueltecita por esos lugares, para enganchar con una sonrisa al muchacho que les agradaba.

No era fácil hacerse de novio de la joven guapa que te gustara, pues siempre iban acompañadas de su mamá o la tía, estas señoras tomaban muy en serio su papel y se ponían gruñonas cuando algún chavo se les hacía presente; el intercambio de palabras entre los jóvenes en un descuido de sus cuidadoras, era lo viable en esa rara ocasión del encuentro con la clásica pregunta: ‒¿por dónde vives?‒ y ‒¿a qué hora sales por el pan?‒, y es que las panaderías como “La Luz” en el centro, “El burrito” en el barrio de La Piragua y la panadería de don Nicolás Estrada en el Barrio Abajo, fueron los centros de alcahuetería y buenos acordes para concertar el noviazgo de las parejas: ‒¿a qué hora sales por el pan?‒ y ‒¿vas a misa los días domingos?‒, ‒no importa, aunque sea de lejitos nos vemos‒.

¡Mambo, qué rico mambo!; dicen los Fonseca, de aquellos viejos de endenante, que los esclavos negros en el extranjero, los encadenaban por las noches, después de la chinga de todo el día en el campo; los patrones lo hacían para que no se escaparan de las haciendas donde trabajaban. Estos cabrones de raza cubana, eran rumberos de corazón, por la sangre tropicalona con que habían nacido, y les ponían unos grilletes en los pies para que no escaparan y con ello no podían hacer mucho movimiento; claro que al oír el ritmo de un tambor, o incluso la musicalidad de la naturaleza en el repiqueteo de las gotas de lluvia al caer por el tejado; ellos se ponían a zarandear el cuerpo, sin poder mover los pies, y así fue como se acostumbraron a escuchar la rumba; movían muy poco los pies y zarandeaban mucho las caderas y las nalgas; por lo mismo a la fecha esa es la cultura del guaguancó caballero: ¡Mambo, qué rico mambo!.

¡Yo soy Ramón Fernández Fonseca y te invito a mover el bote sabroso, mi negro!