Antes, nadie te decía ni te reclamaba nada | NVI Cuenca Pasar al contenido principal
x

Antes, nadie te decía ni te reclamaba nada

San Pedro Ixcatlán, Oaxaca.
Foto(s): Gil Lira
Antonio Ávila Galán

En aquellos tiempos

podías tener muchas mujeres

nadie te decía o reclamaba nada

mucho menos te exigían pensión alimenticia.

I

Yo soy Alejandro Figueroa Palacios, nací en San Pedro Ixcatlán, el mérito tres de mayo de 1934, día de la Santa Cruz. Este pueblo por aquellos años estaba muy jodido, no había clínicas, tampoco doctores, y como la abuela de mi padre era partera y curandera ella fue la que me hizo nacer.

Crecí en un entorno de extrema pobreza, pues mi papá que se llamaba Demetrio Figueroa Sarmiento, ganaba setenta y cinco centavos al día en el trabajo del campo. Ya te imaginarás que no comíamos nada de carne, eso era un lujo, nuestros alimentos constaban solamente de yerbas de toda clase: ejotes, quelites y yerbamora; la madre tierra nos daba de comer a diario. No se utilizaba el aceite para guisar, todo era hervido o asado. Mi mamá Cristina Palacios Simón, utilizaba el metate para moler el nixtamal, el chile y el café, entre otros productos. Yo estudié poco tiempo, hasta el tercer año de primaria; había una escuelita de palma que estaba ubicada donde ahora se encuentra el palacio municipal. La chamacada que asistíamos a estudiar, no utilizábamos cuadernos como ahora, pues ni los conocíamos, lo que se usaba era un objeto llamado pizarrín, pequeño cuadro hecho de carbón, allí se escribía lo que el maestro ponía en el pizarrón con el gis, nosotros para seguir escribiendo, teníamos que borrar la información antes escrita; se empleaba un lápiz de palo un poco tosco, dentro tenía una punta que era especial para escribir en él. Así que ya te imaginarás; copiábamos lo que te mostraba el maestro en el pizarrón, y lo teníamos que borrar al poco rato, porque él seguía explicando la clase y escribiendo; teníamos que estar bien concentrados en la enseñanza y atentos para aprender lo que escribías. En la escuela sólo había tres maestros que eran originarios de Ixcatlán, y un director que venía de la ciudad de Oaxaca; éste se llamaba Uriel Carmona, una buena persona, porque asesoraba a los campesinos para que lo que cosecharan, lo sacaran a vender a la ciudad o lo comercializaran en el mismo pueblo, debido a que se acostumbraba que la gente del campo sembrara maíz, frijol, chile, tomate y otros productos para el consumo familiar. A temprana edad, nueve o diez años, dejé de estudiar; mi padre me sacó de la escuela pues decía que ésta no servía de nada, y aunque se aprendía a leer y escribir la vida seguía igual, no traía ningún adelanto, así que me fajé desde chamaco a las labores del campo. Con el tiempo, vi que empezó a entrar al pueblo el uso del cuaderno en la escuela. No todos los chamacos tenían la oportunidad de traerlo consigo, sólo los que podían comprarlo, pues costaba cinco centavos, y el que no contaba para ese gasto, seguía utilizando el pizarrín. Recuerdo bien que las personas que tenían dos o tres pesos guardados, eran consideradas como ricas, y hasta iban a Tuxtepec a comprarse ropa y de regreso se pavoneaban por el pueblo.

La mayoría de las familias contaban con solares grandes, y la lengua Mazateca se hablaba por toda la comunidad. Yo aprendí un poco el castellano todavía joven, gracias a Florencio Clara, mi padrino de bautizo, él me enseñó muchas palabras en español; “tienes que hablar el castilla –me decía-, para que se te quite lo bruto y luego aprendas a leer bien las letras”. Esa era su enseñanza, se lo agradecí toda la vida. La ropa que se usaba era calzón con camisa de manta, y se andaba descalzo, pero yo utilizaba ropa con telas de colores, gracias a que mi padrino Florencio, me la compraba. Las niñas vestían ropa de manta a manera de batas, y las señoras usaban el huipil mazateco: era la costumbre.

La iglesia del pueblo ya estaba construida cuando yo nací, el único cambio que ha tenido a través de tantos años, es que antes había grandes árboles alrededor de ella, pero éstos fueron tirados cuando entró como presidente municipal Tobías Suárez Corro. Él decía que las raíces de los árboles, estaban rompiendo el edificio de la torre. La iglesia en ese entonces, no era de lámina, sino de palma. En el pueblo existían más de trescientas casas cercadas de caña o jonote, con techo de palma.

Tobías Suárez Corro, gobernó tres años, como estaba estipulado por la ley. Después entró Primo Suárez, a los tres años regresó Tobías, y así jugaban con el poder; siempre ellos, no había nadie quien les hiciera sombra, pues eran los más ricos de Ixcatlán. Recuerdo que sembraban muchas hectáreas de frijol y obtenían buena cantidad de dicho producto. En tiempo de cosecha llamaban a toda la gente del pueblo para hacer “la faena”, pero no les pagaban nada por el trabajo, si acaso les daban un taco nada más. Esos políticos eran los únicos beneficiados y nadie los contradecía por miedo, por ignorancia y por querer estar en paz. Ixcatlán vivió una larga época de caciquismo. Dicen los que saben, que el tiempo a nadie perdona, y fue así que el reinado de Tobías y Primo Suárez terminó al poco tiempo y ambos al morir, con todo y los años de mal servicio, fueron llevados a Tuxtepec para ser sepultados.

Después de los veinte años de edad, me hice músico. Empecé a tocar la trompeta y me ganaba unos centavos extras. Recuerdo que, en una ocasión, estaba enfermo de fiebre por andar pescando muchas horas en el río -joven ni se cuida uno-; el relato es, que llegaron a la casa dos policías, con órdenes de llevarme a tocar en un evento del día del albañil, precisamente cuando yo cumplía años; en ese mal estado me obligaron a tocar en el festejo que el señor presidente municipal celebraba, él había dado órdenes de que me sacaran de la casa a como diera lugar. No recuerdo su nombre, ni quiero hacerlo, pues me hizo vivir una pésima experiencia.

En Ixcatlán para celebrar las bodas, se utilizaban las marimbas acompañadas con clarinetes, trompetas y batería. El baile empezaba el viernes, con un gran jolgorio para amanecer el sábado, día de la ceremonia del casamiento y seguía la fiesta hasta el domingo. Los que tenían dinero así lo celebraban y los que no, pues sólo hacían un día de fiesta. En las bodas, el novio tenía que comprar animales como cerdos, gallinas, guajolotes, desde meses antes; si en dicho acontecimiento intervenían treinta familias como amistades de los todo lo que se daba para el casamiento. Los preparativos de comida y bebida se hacían en la casa de la novia; también las gentes de la comunidad contribuían para el evento, regalando elementos de la naturaleza como leña, mazorcas, café en grano, maíz, cebolla y tomate. 

*Libro El que lo baja sube