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FRANK PETER

Historia en foto
Foto(s): Cortesía
Antonio Ávila Galán

Sí acaso

una callecita escondida

lleva tu nombre.

A Loma Bonita se llega por donde usted quiera hacerlo, por donde quiera llegar en cualquier mañana, ya sea por los lados del sur o por el norte, enfílese por carretera, un poco más allá de donde pasa el río Papaloapan, usted alcanzará su destino cuando el horizonte se mire parpadear en un amarillo ocioso, reflejando un extenso campo poblado de coronas verdes, es señal que está arribando a Loma Bonita, la llamada ciudad de las tres mentiras, porque según dicen: “no es loma, no es bonita y tampoco es Oaxaca”. De esto o de aquello, quién sabe si sea cierto, pero lo que sí es seguro, que es un lugar exuberante, donde nacen bellas mujeres y su gente está provista de una fuerte voluntad de ser, además que son un poco desmemoriados, porque si alguna vez fue un pueblo de un rico regocijo en la producción de piña, ahora ya ha caído de esa gracia, tal vez porque se han olvidado de un hombre de Dios, que fue el que trajo hasta estas tierras, la piña:  -“reyna sin corona, su majestad la piña-“ 

La historia de la llegada de la piña a Loma Bonita, es elocuente y muy agradable. Fruto color de sol, luz penetrante para cualquier alma en pena, además dulce como las tardes de enamorados en una buena memoria.

Frank Peter, viajó de Loma Bonita a Cosolapa Oaxaca y Tesonapa Veracruz,               -poblaciones gemelas,  que sólo los divide el límite de una calle-, en vías de placer y onomástico visitaba a un coterráneo suyo, allá por el año de 1908, según cuentan los viejos lomabonitenses, en esas dos poblaciones habían llevado los norteamericanos la piña, traída de Hawai para sembrarla como un simple experimento, Frank probó la piña que allí se daba, de color muy amarillo, pero con un sabor bastante ácido, de todos modos esto no le amilanó su regocijo y voluntad por la novedad del fruto en esa región, y trasladó hasta Loma Bonita varios hijos de ella, -así se le llama a la corona que se siembra- y presuroso lo plantó en el patio de su casa, con un dadivoso sueño, que el solo para sus adentros supo descifrar.

La sorpresa y los gritos de placer, no se hicieron esperar con el entusiasmo de Frank Peter y varios de sus trabajadores, -pues el norteamericano se dedicaba a la agricultura de varios productos-, cuando un lunes por la tarde probaron el jugoso fruto amarillo, dulce y carnoso, ameno y fructífero, vistoso y chillante, con un excelente sabor, nada que ver con la piña experimentada en Cosolapa y Tesonapa. Desde ese día se pone en pie de lucha, para encumbrar en esta región a la corona verde de una reina para ser siempre triunfadora.

De entonces para otros lares y otros tiempos, después de la primera guerra mundial, gestada en  1914, Frank Peter parte a su país al ser expulsado todos los norteamericanos de México después de la invasión de Veracruz por los marines norteamericanos. Pero la voluntad caprichosa del destino no podía quedarse truncada, es así que si el gringo había dejado la “semilla” de un nuevo producto en tierras lomabonitenses, hombres de esa población siguieron sembrándola, sin embargo, su creador circunstancial regresó al poco tiempo de Estados Unidos a terminar la gloriosa tarea que le había sido encomendada: “la mano de Dios no se equivoca cuando juega con el destino de los hombres”. La historia cuenta que para 1921, hacia la consumación de la revolución, el cultivo de la piña encontró su grandiosidad muy acorde a una fama mundial, pues lo que al principio fue el cultivo para el consumo cotidiano de la población, en la década de los 40 se convirtió en un producto comercial, no sólo para el interior del país sino para el extranjero. 

Frank Peter, quien trajo como experimento varios hijos de piña con su trabajador de confianza, Eugenio Ramírez, papá de Canuto Ramírez, vio acercarse un gran porvenir para la región. En el año de 1916 se realizaron las siembras grandes del fruto, es decir; después de la revolución empezó a proliferar el sembradío de piña. En aquella época los campos de Loma Bonita estaban a flor de piel y a donde quiera se podía sembrar la piña, en esta forma Frank Peter empezó a sembrar sus primeros productos frente a su casa, donde ahora está el parque Juárez de la ciudad, o sea el monumento a la piña que allí se encuentra no es producto de la casualidad, sino que simboliza el primer fruto amarillo que emergió allá por el año de 1908 en tierras lomabonitenses: “allí está la gran hija mirando altiva el cielo de sus antepasados”. 

Cuando el benefactor de Loma Bonita regresó de Estados Unidos, fue atendido por doña Cenobia Rodríguez, quien quiso mucho al güero norteamericano, pero éste quedó solo al morir ella en 1930, entonces fue atendido por la hija de la difunta, Julia Fernández Rodríguez. 

Así cuentan los viejos, muchos atestiguan que Frank Peter era un hombre de buen corazón  y de grandes proyectos. Como volvió a vivir solo, adoptó a una hija de crianza llamada Teodora López, el gringo quiso mucho a esa muchacha que desgraciadamente murió dejando nuevamente desamparado a su protector.

Frank Peter fue hombre trabajador, un agricultor que sembraba mucho picante, y que tenía muchos ayudantes en su tarea diaria. 

En 1953 muere el benefactor de Loma Bonita, sin más homenaje que los recuerdos del jugoso verde-amarillo, sembradío que es la piña: “ahí se encuentra sepultado Frank Peter en el manguito”,-así le decían al panteón municipal-. Nunca se le ha hecho un reconocimiento como homenaje, las autoridades tanto municipales y ejidales, han sido seres miopes del carajo. Únicamente una callecita escondida del infonavit, entre las sombras del recuerdo, lleva su nombre. Esto quiere decir que los lomabonitenses somos hijos que carecemos de memoria y que no sabemos cuidar lo que nos legó un hombre que ni tan siquiera era mexicano, y este hecho lo hace ser universal: sólo sueños nos quedan, sólo vanos desvaríos esfumados entre la rosa del viento, es lo que nos queda, la concordia amena de volver a empezar lo que en aquel desmadejado tiempo dejamos perder, la producción de un fruto que nos hizo soñar despiertos, silbar en la loma   y regocijarnos en los ecos exuberantes de las mejores épocas. Loma Bonita podría ser la ciudad ya no de las tras mentiras, sino una más; no es loma, no es bonita, ni es Oaxaca, y tampoco ahora la capital piñera de mundo: así lo dicen los viejos y yo se los dejo de regalo para un desmemoriado recuerdo.