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Teodoro Acevedo Villamil, 72 horas de angustia

La devastación en Tuxtepec fue total, tras la inundación de septiembre de 1944./ Foto: Familia Lavalle Acevedo.
Foto(s): Claudia Ramos
Antonio Ávila Galán

Es de imaginarse al pueblo en esa hora catastrófica, habría que vivirlo para comprenderlo, sin duda las cosas caen en un lugar con ellos se incendia la piel a pedazos por desconocer la memoria de lo cotidiano.

Esa vez, a las ocho de la mañana del día sábado veintitrés de septiembre, las aguas del rio Papaloapan ya nos llegaban a las rodillas. Para las cuatro de la tarde había subido un metro y medio, a esa hora la angustia en el pueblo era general y se veía atestado tanto el atrio de la iglesia, como el kiosco y la casa verde, de gente que desesperada que buscaba refugio.

Ante todo esto, comprendí que la historia se tiene que dejar echa de cualquier manera, para ello, recurrí a lo que me indicaba mi corazón joven, con mi cámara fotográfica –fiel compañera que colgaba de mi hombro como bayoneta lista a disparar-, me di a la tarea de tomar imágenes por todos lados y a cada instante, medía la distancia con ella, me situaba en el espacio despejado de gritos y comuniones, tratando de no ser perturbado, porque algo me indicaba que tenía que suponer demencia  y sangre fría, e inicie a poner ojo a todo mi alrededor: ojo a mi boca, ojo a mi tacto, ojo a mi rostro, ojo a mi luz interior y Dios tenía que guiarme en esa triste tarea.

Recorrí un radio muy corto del pueblo, hasta donde me dejo la creciente del agua moverme con todo mi ímpetu y juventud, corrí desesperado enfocado con todo a mi paso por la avenida independencia, 5 de mayo y la calle guerrero, y ya no fue posible seguir en la delicada tarea, hasta después de la inundación anduve a tientas por callejones y rincones como las calles Javier Mina y Libertad, donde volví a enfocar lo que había quedado de las avenidas principales.

Se me viene a la memoria cuando se retiraron la aguas del pueblo, con dificultad me traslade a  San Bartolo para tomar el camino a pie por las vías del ferrocarril; con ayuda de personas de diferentes comunidades, llegue al pueblo y enfoque el río frente a Santa Cruz –Fueron las ultimas tomas-, desde luego ya no hubo más evidencia al respecto, era como el ocaso de siclo vital, pero no un ocaso de inexistencia, si no de lo que había pasado inesperadamente; el puente Papaloapan ahí se encontraba erguido como telaraña negra viendo huir los últimos gemidos de la creciente agua.

Había como Dios me ayudó, como llegue a la población de Tierra Blanca y di las noticias a las autoridades que Tuxtepec casi había desaparecido del mapa, que se necesitaba ayuda porque sobrevivientes nos moríamos de sed y hambre; el presidente municipal de ese lugar integro un comité de auxilio para organizarnos de inmediato la ayuda necesaria , a la vez me apoyo económicamente para llegar a Veracruz y revelar la fotografías tomadas de la inundación , único testimonio que quedaría de lo que sucedió en septiembre de 1944 : ojo  de luz de memoria de un acontecer de una rabia catastrófica.

Ahí dejo estas imágenes como testimonio de un lametable suceso... teniendo las aguas por muro a su derecha y a su izquierda, Tuxtepec sucumbía.

*Entrevista realizada por el cronista de Tuxtepec: Antonio Ávila Galán