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El Son no ha muerto

Cultura
Foto(s): Cortesía
Redacción

En Tuxtepec, el Son no ha muerto, ni siquiera está dormido, por qué de negros nacimos, arrieros somos y en el camino andamos.
Somos las expresiones actuales de una región cultural muy amplia que abarca tres estados: Veracruz, Oaxaca y Tabasco.
Dentro de ella, nos ubican como los Jarochos, que son la mezcla generacional entre indios (pueblos originarios) Negros Africanos y Españoles.


Cuatro siglos han pasado, desde que inició está historia, y tantos pueblos se han formado, y solo algunos, buscando la gloria.
Los jarochos son muy ricos, por qué poseen gastronomía, arquitectura, vestimenta, un lenguaje llenos de chingaderas y modismos, un paradisíaco paisaje, lleno de lomeríos y llanos, dónde crían ganado, siembran caña, plátano y Malanga, dónde pescan con garrochas y anzuelos, viven entre ríos inmensos que son parte del desarrollo y progreso.


El Papaloapan es uno de esos ríos, que en sus riveras albergan pueblos indígenas, mestizos y jarochos, desde lo más alto de las montañas hasta la boca del inmenso mar, y entre ellas Tuxtepec, una de las antiguas perlas del Papaloapan, dónde embarcaciones de media y baja calada, transportaron las riquezas del nuevo al viejo continente y viceversa, un pueblo que se reconfiguran en los tiempos de la colonia, dónde nace y se expande  la música, la versada y el Zapateado del Son Jarocho entre los pueblos llaneros. 


Datos históricos y películas del siglo pasado, muestran la influencia Sotaventina en las calles y antiguos puertos de Tuxtepec en los siglos XVII al XIX,  y es hasta 1958 que se registra la presencia de la cultura Jarocha en la ahora Máxima Fiesta de los Oaxaqueños: Guelaguetza, sin embargo, el son nunca fue de escenario, y a pesar de que Amalia Hernández lo estilizo y  empaqueto para los escenarios de bellas artes, el son Tradicional sigue vivo entre la comunidad jarocha dispersa, que habita en todas las tierras de la cuenca del Papaloapan.


Un discurso político-económico etnocentrista, de forma discriminativa y racista, prohíbe el regreso de los Jaraneros, sustituyendo e implantando un nuevo discurso, que se apega a las demandas del capitalismo y la globalización de la época.


El son siguió vivo, entre la gente grande, esa gente que ahora llaman viejos, ellos son quienes lo bailaban y tocaban, y que en su memoria es parte de su historia, y son sus hijos y sus nietos quienes preservan la cultura Jarocha, en diferentes expresiones, desde los músicos que amenizan fiestas, eventos, funerales, hasta los que tocan y bailan entre las calles y los escenarios para ganarse el sustento, y que no tiene nada que ver con el folklorismo que se limita a contar pasos y sigue pistas de sonido, eso no es tradición, eso es teatro escénico dancístico, pero la vida no acaba ahí, el son sigue en todas las nuevas generaciones que ahora viajan a otros países, que se presentan en foros de talla internacional, que tocan en sus casas y en las calles, lo Jarocho vive el día a día, en el habla que nos caracteriza, hablar de carretilla, llenos de groserías, de chingaderas y con un cantadito especial, que cualquiera de otra región identifica claramente, tu eres de la cuenca, tu eres medio costeño, tu eres Jarocha/o...

Y es así, que todo sigue vivo, en la modernidad y el tiempo,  muertos están  los viejos discursos separatistas, que pretenden preservar un etnocentrismo agonizante, discriminatorio, racista, que intenta ocultar el éxodo de los mazatecos y chinantecos tras el desalojo de sus tierras  a cambio de modernidad y progreso, repito, el son no ha muerto, ni siquiera está dormido, así que, que viva y reviva el Son...